Por petición especial voy a intentar explicar lo que es mi vida con tres adolescentes en casa. Llegar a la adolescencia significa recibir un coche nuevo cuando no tienes carnet de conducir ni idea de cómo se conduce. Eso es el cuerpo. En cuanto al cerebro, les entregan un ordenador lleno de datos, pero sin sistema operativo, de manera que no pueden localizar o relacionar la información por sí solos. Sólo hay dos tipos de adolescentes que no dan problemas: los responsables, que no piensan más que en estudiar o los pasotas, que no paran en casa o se pasan el día en el twitter.
Pero la mayoría vienen a ser término medio. Si además resulta que son inteligentes y te has pasado la vida enseñándolos a pensar por sí mismos, entonces tienes una bomba de relojería en casa que puede explotar en cualquier momento. Los adolescentes se sienten seguros de sí mismos, demasiado, pero a la vez tienen un cóctel de emociones que desvirtúa todos sus pensamientos. Así sucede que, cuando estabas pensando que eran chicos sensatos, descubres que han cambiado completamente de opinión de la noche a la mañana sobre todo lo que antes defendían, lo que les gustaba y lo que les parecía bien o mal.
Luego además, tienen memoria selectiva: sólo recuerdan lo que les interesa y como les interesa. Por ejemplo, mi hija mayor no entiende por qué ella a los doce años se acostaba a las nueve y media y su hermana pequeña se acuesta a las diez. No es fácil explicarle que no es lo mismo tener tres hijos de nueve, doce y catorce años, que tres de doce, catorce y diecisiete años. Al final lo que ocurre es que la pequeña acaba viendo cosas en televisión que ni le gustan ni le convienen. Pero ya no podemos mandarlos a todos a su cuarto y quedarnos viendo la tele solos tranquilamente, como cuando eran pequeños.
Así que no se puede bajar nunca la guardia y estás siempre pensando qué será lo siguiente, si mañana va a resultar que tengo un hijo budista. Porque son como esponjas y absorben cualquier ideología y antes de que te dés cuenta se la han tragado sin masticar. Además, como no te lo cuentan, te acabas enterando al cabo del tiempo de que tus hijos tienen unas ideas extrañísimas que a saber de dónde las han sacado o si alguien en particular lleva meses adoctrinándolos a tus espaldas. Sólo contrarrestar la influencia de los medios de comunicación ya es un tarea agotadora. Pero, en general, no me puedo quejar, tal como está el panorama mis hijos son unos santos.
A propósito, cuando decía ayer que dejé de ir a misa hace años, para los que no me conocen, he vuelto a ir desde hace dos años y ahora asisto casi todos los días.