El gran problema de nuestra época es que se ha perdido la verdad universal. Cada cual cree que puede alcanzar su propia verdad y acuñar una moral a su medida. Pero la verdad es una, como el amor es uno y Dios es uno. Cuando se intenta manipular la realidad y poner nuevos nombres a viejas historias las consecuencias siempre son nefastas. Pero, además, es inútil, porque la verdad siempre acaba saliendo a la luz. Tardará un año o tal vez un milenio pero siempre acaba resurgiendo. Es inmune a la política y los intereses económicos. Reside en el corazón de cada persona aunque algunos se nieguen a recibirla. En el fondo siempre saben que está ahí. Intentan ocultarla bajo pliegues de mentiras piadosas. Procuran disfrazarla con doctrinas contradictorias. Los hay que se refugian en la droga, el sexo o la bebida. Pero en el fondo todos la saben, todos la conocen. La verdad subsiste.
¿Por qué sé yo eso? Como lo sabemos todos cuando somos niños, antes de que el rencor, la envidia y la rabia empiecen a hacer mella en el espíritu, permitiendo que encontremos justificaciones a nuestros actos. Lo sabía cuando dejé de ir a misa, pero nunca dejé de rezar, y ahora otra vez voy a misa. He rezado cientos, tal vez miles de horas. Creo que de ese modo me fui librando de las corazas que yo misma había fabricado. Ahora sé que acabar con una vida humana está mal y no hay nada que lo justifique; también quitarle sus bienes a los que los han ganado honradamente; o mentir conscientemente contra toda evidencia; o el sexo sin amor. Cometer esa clase de acciones nos aleja de la verdad y la vida. He sentido cosas que no puedo explicar que me han confirmado que ése es el camino. No dejéis que nadie os engañe llamando a las mismas cosas de otro modo.