Algunos han empezado a decir que el capitalismo no funciona, cuando lo cierto es que es el sistema natural que regula las sociedades humanas desde hace miles de años. En el momento en que alguien fabrica algo y otro es cazador, por ejemplo, e intercambian sus productos, ahí tenemos la base del sistema de libre mercado capitalista. Lo que ha ocurrido ahora no es culpa de Bush o de Aznar o de los empresarios, como quieren hacernos creer algunos. Es culpa de todo aquellos que cayeron en el consumismo en los tiempos de las vacas gordas. También es consecuencia de las medidas internacionales que bajaron el precio del dinero, haciendo posibles las llamadas hipotecas basura.
Hace veinte años los intereses bancarios estaban en el 16% y aún así pedían avales para conceder un crédito. La decisión repentina de conceder hipotecas y créditos personales a personas que no iban a poder pagarlos, produjo un agujero financiero que está en la base de la crisis que sufrimos. En cierto modo, se puede decir que es culpa de la buena voluntad bancaria. Y sobretodo de la gente que aceptó esos créditos innecesarios en muchas ocasiones, sabiendo que a la larga no iban a poder devolverlos. Querer extrapolar de eso que el sistema capitalista ha fracasado, es una aberración.
Cuando existe libertad es lógico que las personas tomen decisiones erróneas y que a unos les vaya mejor que a otros. Un mercado que se autorregula tiene periodos de ganancias y de pérdidas, pero lo normal es que se recupere pronto. Sin embargo, cuando los gobierno intentan intervenir y organizarlo todo a su manera, lo normal es que toda la economía se colapse, tal como puede comprobarse en los países comunistas. La caída del muro de Berlín y todo el telón de acero sacó a la luz la realidad de un sistema político que, no sólo causaba la pobreza de la mayoría de los ciudadanos (salvo los miembros del partido), sino que además atentaba continuamente contra los derechos humanos más básicos. No podemos olvidar la lección de la historia que demuestra que la ideología nunca debe imponerse al sentido común ni a las personas.