Uno de los problemas de nuestra época es que la gente ha perdido la capacidad de esperar. La televisión, los transportes modernos y el móvil nos dan la sensación de que todo puede conseguirse inmediatamente en el momento en que lo precisas. En otros lugares del mundo, sin embargo, conocen todavía la manera de dejar pasar el tiempo sin prisas. Tal vez lo ideal para nuestro modo de vida sería un término medio. El trabajo bien hecho requiere su tiempo, como también la pareja y el cuidado de los hijos. Precipitar las cosas, a menudo sólo sirve para acabar haciendo mucho y mal, en lugar de poco y bien hecho.
A lo largo de mi vida he comprobado que las cosas que valen la pena se hacen esperar. Lo que se consigue fácilmente suele ser efímero y poco valioso. Aprender un idioma de verdad, por ejemplo, requiere años de práctica. Ningún cursillo acelerado puede sustituir ese tiempo. También encontrar a la persona adecuada. Aquellos que se precipitan, por querer disfrutar cuanto antes de los placeres de una relación, es fácil que se equivoquen una y otra vez; hasta acabar perdiendo la ilusión y el interés por buscar. Mientras, aquellos que tienen paciencia, suelen conseguir su objetivo; sobretodo porque, con el tiempo, tienen más claro lo que están buscando realmente.