Pasear por un pueblo costero en verano es cruzarse con multitud de familias con niños pequeños (aunque menos que hace unos años, la verdad). Basta mirar a los ojos de cada padre o madre para ver lo felices que les hace su situación. A pesar del cansancio, de la preocupación que supone cuidar de un niño pequeño, las satisfacciones que se reciben compensan con creces. Ver crecer a un bebé, asistir a su descubrimiento de la vida, desde los insectos a cada piedra que consigue coger; ver el mundo de nuevo desde la mirada de un niño; es algo que no tiene precio. Esos padres con su bebé en brazos, en el cochecito o ya de la mano, son un auténtico canto a la vida. No hay mejor propaganda contra el aborto. Nadie que haya probado la experiencia de traer un hijo al mundo sería capaz de cambiarlo por nada.
Se dice que los hijos son un obstáculo en la realización personal. Yo creo que son más bien un aliciente para esforzarte más y hacer las cosas mejor. Se dice que impiden el éxito personal. Yo digo que son el mayor éxito que puedas conseguir en la única carrera que importa: la de la vida. El primer año de vida de un bebé, especialmente, te enseña todo lo que necesitas saber sobre esfuerzo, tesón, ternura, sacrificio, agradecimiento, imaginación y alegría. Esas son las cosas que realmente te hacen feliz. Tener un hijo y dejarlo en manos de otros todo el día y no disfrutarlo, es el peor desperdicio que se puede hacer. Los niños crecen muy rápido y cada etapa que pasan es única e insustituíble en cada uno de ellos; porque no hay dos hijos iguales, como no hay dos granos idénticos en toda la arena de la playa.