Se habla mucho sobre energías alternativas para sustituir al petróleo cuando se acabe, de aquí a cincuenta años. Claro, que a mí eso ya no me va a afectar. Pero lo que más me choca es pensar que tendremos que renunciar al plástico. Poca gente sabe que las bolsas del supermercado, por ejemplo, están fabricadas con derivados del petróleo. Esta mañana estaba recogiendo la mesa del desayuno cuando me puse a pensar cómo será la vida de mis nietos sin botellas de agua, por ejemplo, envases de galletas, cajas y tapas de plástico; o de qué estarán hechas las videoconsolas, los teléfonos móviles y les propios televisores. Dice mi hija que se puede fabricar plástico de otros materiales, pero supongo que no será tan cómodo, tan versátil y, sobretodo, tan barato.
Hagamos un poco de ciencia ficción. En el futuro los envases de los yogures serán reliquias que se puedan encontrar en un anticuario. Deberíamos guardar los tupperware, no sea que aumenten su valor, como ocurre con todo lo que es escaso y difícil de conseguir. Tal vez dentro de cien años, en lugar de buscadores de oro dragando los ríos, existan buscadores de plástico; y la gente se haga rica al encontrar un yacimiento en un viejo vertedero municipal. ¿Tendremos que volver a fabricar coches de madera, muñecas de porcelana o bolsas de tela? Puede que así los niños recuperen el interés por el juego, al crear sus propios juguetes... Creo que al menos deberíamos intentar reciclar la mayor cantidad posible, por si acaso luego hace falta. El problema no es sólo que el plástico contamine, sino que se está acabando.