Dicen los manuales de psicología moderna que hay que dialogar con los hijos y tener confianza en ellos. Las víctimas de esta teoría son incontables. Los adolescentes ya reciben ese trato por parte de sus amigos. De sus padres esperan que les sirvan de referente moral y les proporcionen unas reglas de conducta que les ayuden a manejar sus vidas. La confianza, tienen que ganarsela demostrando que son responsables.
Cuando un hijo entra en la adolescencia ya no es un niño y, por tanto, no debería seguir gozando de los privilegios de la niñez, como son, por ejemplo, que les recojan sus cosas, que le compren sus caprichos, sin exigir nada a cambio. Madurar también supone aprender que todo tiene una contrapartida: a más derechos, más obligaciones también.
Negociar con un adolescente es una tarea complicada, donde hay que procurar que piense que se ha salido un poco con la suya; al mismo tiempo que dejas claro que tú tampoco has cedido demasiado. Tiene que saber que existen puntos no negociables, como llegar más tarde a casa de un límite, beber demasiado o probar las drogas. Sin embargo, un padre o madre actual tiene que ser consciente de que prohibir todo por principio no es una medida realista.
Conviene recordar que nosotros también tuvimos esa edad y esa necesidad de transgresión y aventura. Yo sigo la máxima de "el que no la corre de joven, la corre de adulto"; y, si hay una edad para pasarse un poco es sobre los veinte años. Pero, eso sí, siempre que tengan clara la diferencia entre divertirse y poner en riesgo su futuro sin necesidad.