Nunca dije que este blog fuera una democracia. Me refiero a que empecé por borrar comentarios, luego puse autorización y, finalmente, los cerré. Estoy en mi derecho y para eso tiene opciones el administrador. También podría hacer un blog privado, pero en mi caso no tiene sentido. Tenemos tan metido el dogma de la democracia en la cabeza que algunos creen que se puede legislar sobre la propiedad privada. El blog es mío y no tengo más obligaciones con nadie que las normas que yo misma quiera poner. Hay una perversión del lenguaje en España que hace que algunos, por ejemplo, crean que la Patronal debería estar de acuerdo con el gobierno diga lo que diga, porque en eso consiste la negociación. En otras palabras, se les niega el derecho a discrepar.
Pero la democracia no es eso, sino lo contrario: tener el derecho a opinar de forma diferente y que se respete tu opinión. No admite, ni descalificaciones personales, ni burlas, ni mentiras. A menudo es más fácil descartar a alguien de antemano, que buscar argumentos sólidos y razonables. La patronal no está de acuerdo con el pacto social porque tiene sus razones y ellos entienden de economía más que nadie. No se puede llegar a un acuerdo entre dos y pretender que el tercero acepte porque sí, en nombre de la concertación y el diálogo; porque eso es toda una contradicción en sí mismo.
En nombre de lo políticamente correcto pretenden cohartar los derechos individuales. La libertad de pensamiento y actuación es un valor sagrado, siempre que no se utilice para atacar primero. Me temo que entre la democracia y la dictadura hay un paso muy corto. Por esa misma razón, nadie puede reprocharme si no dejo comentar, si no contesto o si he borrado los enlaces de los blogs que visito. Mi página web es parte de mi vida íntima y naturalmente tomo mis propias decisiones. Si a alguien no le parece bien, tiene dos trabajos: enfadarse y desenfadarse; como me decían a mí de pequeña, porque yo no estoy obligada a actuar según lo que los demás consideren correcto.