He borrado la entrada anterior porque deslucía el blog y no vale la pena. En su lugar pondré algo más positivo. Hace tiempo le dije a mi hija mayor que, para buscar pareja, no parara hasta encontrar a alguien que esté a la altura de su padre. Soy muy astuta, porque a mí eso me costó unos diez años, y si no lo hubiera encontrado, me habría quedado soltera antes que aceptar menos. Ya he hablado mucho de mis sentimientos, pero hoy quiero hablar de las razones objetivas para mi amor.
Amo a mi marido, porque es una buena persona en todo el sentido de la expresión: sensible, compasivo, solidario, capaz de perdonar, comprensivo, buen hijo, buen padre, buen amigo, buen compañero, buen yerno, buen esposo...
Amo a mi marido porque es un número uno. Gana mucho porque es insustituíble en su trabajo. Es un buen jefe, empático, y un lider, capaz de relacionarse con personas de todas las costumbres, culturas y clases sociales. Es, ante todo, responsable de sus actos.
Amo a mi marido porque es duro e inflexible cuando hay que serlo. Tiene una fuerza de voluntad sobrehumana y un sentido del deber incombustible. Trabajador incansable, con unos principios muy claros y la fe intacta. Es un defensor de la vida convencido.
Amo a mi marido porque me apoya, me motiva, me inspira. Porque es alegre, vital y optimista. Porque conserva todavía la inocencia de un niño en un cerebro privilegiado. Porque sabe manejar mis manías y mis ataques de melancolía. Porque ama la naturaleza. Porque sé que sería capaz de cualquier cosa por protegernos a mí y a nuestros hijos. Porque es todo para mí. Por eso no podría fijarme en otro: el listón está tan alto que resulta inalcanzable. Gracias por estar ahí. Para mí es el único hombre sobre la Tierra.
Música: Gloria. Umberto Tozzi