Hoy en día es habitual que la gente pase muchas más horas en la oficina que en su propia casa. Los compañeros de trabajo pasan a ser depositarios de confidencias que no tendríamos siquiera con los amigos de siempre. Las experiencias que deberíamos compartir con nuestra familia, tanto buenas como malas, se acaban viviendo con personas que no has elegido y no te interesan. Es algo parecido al Síndrome de Estocolmo. Así como los secuestrados a menudo se acaban encariñando con sus captores; los empleados desarrollan lazos de afecto con sus compañeros de mesa, incluso aunque a priori les hubieran caído mal. Es un mecanismo de autodefensa.
Las necesidades afectivas que no se cubren al pasar tan poco tiempo con los seres queridos se intentan suplir con otros que están en las mismas circunstancias. A partir de ahí, es fácil que se confunda la amistad o la atracción sexual con el amor. Dicen las estadísticas que la infidelidad se ha generalizado tanto entre los hombres como entre las mujeres. Esto tiene mucho que ver con la incorporación femenina al mercado laboral, los horarios interminables y la falta de conciliación familiar. Cuando todo va bien, es fácil mantener un matrimonio. Pero, cuando surgen problemas, y resulta que no hay tiempo ni intimidad para poder hablar de ello con calma, ya se sabe que la pareja está condenada a la ruptura.
En España lo tenemos más difícil porque se sale tarde del trabajo y además se pierde mucho tiempo en desplazamientos. Las relaciones de pareja en el trabajo están influídas también por la edad de cada uno y el puesto que ocupa en la empresa. Aquí entra además en juego la erótica del poder. Así que lo más recomendable es procurar conocer a la persona fuera del ambiente laboral, antes de embarcarse en una relación. Claro que, si además alguno de los dos está casado, lo más sensato es abstenerse completamente, porque esa clase de historias nunca acaba bien y hay demasiados perjudicados para que merezca la pena.
Música: Bob Marley - No Woman No Cry