Había una vez un mundo donde las mujeres tenían hijos a los veinte años. De este modo, a los sesenta, todavía estaban en condiciones de ayudar a cuidar a sus nietos. De ello se aprovechaban los padres para cargarles con todo el trabajo y poder seguir viviendo como solteros, después de haber tenido hijos cerca de los cuarenta años. Por otra parte, tampoco a sus hijos les gustaba tener unos padres tan mayores que, siendo ellos niños, la gente por la calle no sabía realmente si sus padres eran sus abuelos. Así que no se atrevían ya a decir: qué mono es tu hijo?, nieto? Porque ahora resulta que a los padres a menudo los confunden con los abuelos y viceversa, al no llevarse mucho más de veinte años.
Pero, sin embargo, en una generación ya no cabrán ese tipo de dudas. Porque pasó el tiempo y esos hijos, que habían sido padres a los cuarenta años, ya no podían ayudar a sus propios hijos con sus nietos porque eran demasiado viejos. Los abuelos ya no podrán ejercer de padres con sus nietos y los hijos se verán con la doble responsabilidad de cuidar de unos y otros. Por suerte, existen las residencias de ancianos. Al menos espero que la siguiente generación aprenda de la experiencia. Los hijos deben tenerse en la tercera década de vida porque es el momento ideal, tanto física como psicológicamente. Pero también para permitir un reemplazo generacional escalonado. Los niños tienen derecho a unos padres jóvenes y los abuelos a disfrutar de sus nietos, sin imposiciones, a una edad razonable.