De vez en cuando me entran unas ganas locas de salir a la luz, de dar mi nombre, mis apellidos, poner mi foto y ser como una periodista de las que trabajan en esto y les pagan. Por desgracia, ya es tarde para estudiar la carrera; no tengo tiempo ni ganas. Tampoco sería tan fácil encontrar un trabajo hoy en día. Además, para escribir columnas creo que vale más tener conocidos en algún diario o medio de comunicación.
Así que me consuelo como la zorra de las uvas, pensando que no están maduras, que estoy bien así escribiendo para un grupo de personas sin cuerpo ni nombre a los cuales probablemente no llegue a conocer nunca. Me conformo sabiendo que me leen asiduamente bastantes más personas de las que trato en mi vida real. Como ya he dicho alguna vez, me tocó el papel de peón de ajedrez y ya debería haber asumido que lo mío es el anonimato.
Podría meterme en una organización activa como Derecho a Vivir, pero eso supondría quitar tiempo de mi casa, mi marido y mis hijos, y me temo que no estoy dispuesta a ese sacrificio, aún sabiendo que recibiría otras satisfacciones a cambio. Valoro tanto lo que tengo en este momento que sólo podría aceptar un trabajo desde casa. Así que éste es mi empleo no remunerado al que dedico al menos dos horas diarias. No sé si vale la pena.
Tal vez es un desperdicio de tiempo, especialmente ahora que ya no me relaciono y ni siquiera sé si lo que escribo le gusta a la mayoría, o si sólo entran a criticarme. A veces pienso que estoy haciendo el tonto con estos seiscientos y pico posts que he escrito ya en varios blogs. No soy más que un conjunto de bits en la memoria de un inmenso almacén de datos. Algún día podría incluso perder ese archivo y todo este esfuerzo no hubiera servido para nada.
Pero mejor no pensar demasiado en ello, porque, al fin y al cabo, tampoco tengo alternativa de momento. No puedo dejar de escribir porque me hace falta, y no puedo cobrar por ello porque no es mi trabajo. Tal vez sea demasiado pedir para una vida. Si tengo ya lo que necesito, supongo que no necesito lo que no tengo; no a cualquier precio, por lo menos. De vez en cuando pienso que éste es mi destino.