Hay gente que saca a pasear al perro como quien lleva el carro de la compra. Van pensando en sus cosas y no se relacionan con el animal. Se nota cuando un perro es querido. Tiene una actitud especial y ambos disfrutan mucho de su compañía mutua. El que no lo hace así, no sabe lo que se pierde. Con algunas madres pasa lo mismo. El otro día en la farmacia había una mujer con una niña monísima de unos dos años y un bebé dormido en el cochecito. Cuando yo estaba en esa situación, me encontraba agotada, pero no había quien me quitara la sonrisa de la cara mirando a mis hijos. La mujer llevaba cara de funeral.
El roce hace el cariño. Probablemente deja a los niños en la guardería de siete a siete y, cuando sale del trabajo, no tiene ni ganas de verlos. También podría ser que no trabaje, pero esté tan agobiada por la casa que no sea capaz de disfrutar de sus hijos. De todo hay. En cualquier caso, es un desperdicio. No me cabe en la cabeza cómo alguien puede ver la relación con sus hijos como una penosa obligación. El stress están haciendo estragos en las familias. Ahora es cuando pensáis que no les queda más remedio que trabajar todo el día, y no tienen con quién dejar a los niños. Entonces no debería haber tenido dos hijos tan seguidos. Ahora se puede evitar. Una madre tan amargada no puede ser una buena influencia para sus hijos.
Los padres. Algunos me impresionan por lo bien que se han adaptado a su nuevo papel en la sociedad. Otros, se nota que desempeñan sus labores de padre como una tarea más. Pero, nos guste o no, un niño pequeño necesita especialmente la relación íntima con su madre. Después, cuando ya tienen tres o cuatro años, es el momento del padre, de ampliar su mundo emocional y vital. Eso no quiere decir que el padre no se implique desde el principio también en los cuidados. Pero una madre, por naturaleza, debería ser feliz sólo con estar con sus hijos el rato que pueda al día, y cuanto más mejor. Otra cosa, resulta antinatural, y muy perniciosa para los niños.