Lo ocurrido en Cataluña estos últimos días
supera el umbral de la provocación o el desacato a la legalidad vigente
para incurrir de lleno en el de la desvergüenza. Todo. Desde la patética
comparecencia del ex-Honorable Pujol, intérprete de un guión a fuer de
increíble insultante, hasta la firma por parte de Artur Mas de un
llamamiento a la sedición disfrazado de «consulta» democrática. Han
perdido el recato. Se ríen en nuestra cara, con el dinero procedente de
nuestros impuestos y al amparo de nuestro marco jurídico, salvaguarda de
sus libertades.
«Yo no he sido un político corrupto», tuvo el
descaro de afirmar el viernes el émulo de Ubú President, ante los
miembros de una comisión parlamentaria cuyas babas serviles y cómplices
encharcaban el suelo de la sala. «Yo he perdido mucho dinero en
política», aseguró, sin inmutarse, el defraudador confeso que evadió
cientos de millones al fisco a la vez que cobraba un sueldo del erario
público. «Todo lo invertí en hacer país, en construir Cataluña», se
justificó, al borde de las lágrimas, el «padre-padrone» de ese clan
favorecido por la fortuna, o más bien la Generalitat, cuyo formidable
patrimonio investiga, desde hace años, la Unidad de Delincuencia
Económica y Fiscal de la Policía (ese «coño de la UDEF», señor Pujol,
que les muerde a sus hijos los tobillos).
Como bien dijo Alicia Sánchez-Camacho, uno de
los dos solitarios reductos de dignidad presentes en el Parlament
durante esa sesión oprobiosa, «eso no es hacer patria, sino hacer
dinero». Un dinero que el ex-Honorable robaba a España mientras la
acusaba de meter sus sucias manos en los bolsillos de los catalanes. Un
dinero que habría contribuido a rebajar la deuda que acumula en estos
momentos la comunidad autónoma: más de 60.000 millones de euros
(equivalentes a lo que deben Madrid, Andalucía y Aragón juntas), que
llevaban hace unos días al presidente de la CEOE a sentenciar que «la
gestión económica de Cataluña en los últimos años no ha sido mala, ha
sido catastrófica». ¿Será que Juan Rosell es, pese a su apellido, un
furibundo anticatalanista, un hijo renegado de esa tierra antaño
próspera, un «facha»? ¿O será más bien que esta borrachera de
independentismo tiene como finalidad última servir de cortina de humo
para ocultar la quiebra financiera provocada por la suma de una pésima
administración y décadas de mangancia?
Albert Rivera, el otro representante de los
ciudadanos que tuvo el valor de hacer su trabajo de control sin rendirse
a los pies del compareciente ni tragarse sus burdas excusas, puso el
dedo en la llaga cuando le preguntó si Mas formaba parte de «la banda»
que le había arropado en su actuación. Porque todo apunta a que así es:
el calendario elegido para estampar su firma en ese decreto sedicioso,
que abre una crisis política sin precedentes en la historia democrática,
aun a riesgo de incurrir en un delito de prevaricación y/o
desobediencia. Sus ansias por tapar las vergüenzas de los Pujol con la
bandera estelada que ha adoptado como propia a costa de rechazar la que
juró con el cargo. La negativa de CiU a apoyar la creación de una
comisión de investigación susceptible de llegar hasta el fondo de este
escándalo. El oscuro papel desempeñado por su padre y por él mismo en la
administración de esos fondos opacos, evadidos al extranjero, sobre
cuyo manejo Pujol corrió un velo impenetrable.
Como en la novela de Puzo, todo queda en la
familia (o en palabras de Rivera, la «banda») donde los favores debidos
antes o después se pagan.
Algo huele a podrido en Cataluña, y no hay consulta o decreto capaz de cubrir el tufo.
http://www.abc.es/lasfirmasdeabc/20140930/abci-desverguenza-201409290937.html