Enlazando un poco con lo que hablábamos ayer de la maternidad
como un oficio que, desde mi punto de vista, debería ser sagrado,
quiero hablar hoy de una cuestión peliaguda: el feminismo y lo que se
dejó en su camino más combativo.
No me quiero poner moñas ni tampoco guerrera. Me gustaría encontrar
un punto medio, que ayude a reflexionar a la que no tenga clara su
postura. La cuestión es muy amplia pero en términos generales lo puedo
resumir así: ser madre me ha revolucionado por dentro más que a un
hippie descubrir el cannabis. Y en esto, me temo, no soy nada original.
Yo me crié en un colegio femenino y feminista a ultranza, donde te
daban una colleja si a la pregunta “¿Qué quieres ser de mayor?
respondías: mamá” Y laico, para más señas. Ese discurso termina calando.
Y a pesar de seguir estando del lado del feminismo, creo que este nos
ha metido a las mujeres/madres en un auténtico embolado. En un marasmo
de emociones de las que salimos difícilmente porque, entre otras cosas,
no siempre tenemos la buena información a nuestro alcance.
Vayamos por partes. Creo que el verdadero feminismo es aquél
que lucha porque hombres y mujeres tengan idénticos derechos y
oportunidades. Ahora bien, en el camino se equivocaron de lleno en
contarnos la milonga de que hombres y mujeres somos iguales. Porque
sencillamente no es cierto. Y de eso te das cuenta, por
ejemplo, cuando te sientes la peor mujer del mundo porque tienes que
volver a trabajar con un bebé de 16 semanas al que, en el mejor de los
casos, lo dejarás con una abuela. Y en el peor, en una guardería.
Entonces, cuando se te rompe algo por dentro, te encuentras con frases
tipo: no queda otra. Pero tú sabes, en el fondo lo sabes, que eso no
cierto. Pues no quedará otra si no se puede prescindir de pagar la luz
(que no se puede) pero habrá que buscar alternativas viables a una
sociedad que rechaza que una mujer se quede en casa más de 16 semanas
cuando eso va, de todas todas, contra natura (ojo, inciso, si la mujer
quiere volver defiendo su libertad a hacerlo)
Si una sociedad promulga eso; que la madre se reprima sus
lágrimas al dejar al bebé en la guarde porque ” va a estar genial
atendido”, si una sociedad, impulsada por un feminismo erróneo, va
buscando igualdad a base de ir contra las propias mujeres, entonces
estamos haciendo el canelo. Y yendo hacia atrás.
El instinto más potente que tiene cualquier ser vivo sobre la tierra
es el de la supervivencia. Para garantizar la especie. Es tan fuerte ese
instinto que viene de serie. De manera que una humana criada en la
selva sabría perfectamente qué hacer con su bebé si lo pariera sola.
Sabría cuidarlo y amamantarlo. Es lo natural. Pues bien, si lo natural
es eso, ¿por qué ir contra ello? ¿Acaso no es motivo de orgullo
ser el sexo que alberga la vida, la pare y la nutre con nuestra leche?
¿Es eso digno de orgullo o es digno de vergüenza? ¿Qué avance
está consiguiendo una sociedad que hace creer a una mujer que querer
quedarse en casa con su cría es de marujas, de mujeres anticuadas, de
mujeres que no saben hacer otra cosa? Porque ese mensaje lleva
calando décadas y parece que es actualmente el más estable. Algunas
mujeres, de forma tímida, se están empezando a rebelar y comienzan a
decir que eso no es así. Y es que no es así. Nos pongamos como nos
pongamos la naturaleza no atiende modas ni circunstancias económicas.
Y una mujer si a los treinta y tantos no se ha emparejado, la mayoría
de las veces siente la llamada de lo que se conoce como reloj biológico y
que no es, ni más ni menos que el último aviso antes de que se cierren,
definitivamente, las compuertas.
El feminismo sacó a las mujeres de las casas, de los hogares y ahora
esas mujeres, muchas, están perdidas porque sienten que van en contra
de sí mismas. Y muchas no lo expresan porque temen no ser comprendidas.
La igualdad de derechos es indiscutible y en eso sólo me queda
aplaudirlas. Pero se dejaron el trabajo a medias. Nos contaron
que éramos iguales y se equivocaron. Nos sacaron de la cueva donde
manteníamos el fuego pero no nos explicaron qué hacer mientras para que
ése no se apagase. Lo dejaron todo a medias. Y las consecuencias más
inmediatas son sociedades hambrientas de calor materno, niños arrullados
en sus primeros meses por mujeres que, a su vez, han dejado a sus hijos
a miles de kilómetros. Y esto lo propicia nuestra sociedad. Y la
llamamos avanzada. Está claro que algo no está funcionando.
Me gustaría que fuésemos cada vez más conscientes de que ser madre no
es incompatible con ser profesional. Lo que sí es incompatible con ser
madre es ser un hombre y por eso una mujer no tiene que perseguir la
masculinización de su vida sino defender su condición de gestante, de
criadora, en un momento determinado de la misma. Un momento que no
impide que siga pensando y aportando a la sociedad en la que vive. Que
la sociedad entienda que una mujer que se retira a cuidar a sus hijos no
es una carga, es una inversión de futuro, no está cuidando plantas,
está ayudando a la sociedad con sus activos más importantes, las
personas.
Esa es la última parte de la revolución feminista que queda por hacer. Miro
con envidia países nórdicos donde se da por hecho que la mujer, cuando
pare, hace un paréntesis para criar. Y a nadie le parece eso ningún
atraso. Las feministas no parecen haber conectado con su feminidad. Pero
la natural, no la de pintarse las uñas. Necesitamos una sociedad mucho
más comprometida con la maternidad porque en ella está el origen de los nuevos miembros de la comunidad.
http://abcblogs.abc.es/gema-lendoiro/2013/10/17/el-feminismo-que-nos-engano/