EL próximo 9 de noviembre hará justo 24 años que caía el Muro de Berlín.
Aquel día, en que los alemanes de la llamada irónicamente Alemania
Democrática pudieron salir, por fin, libremente de su país, se ha
convertido en el símbolo del triunfo de la libertad sobre el comunismo,
que, además de haber tenido sojuzgados a sus ciudadanos, ha demostrado
una incapacidad absoluta para promover el bienestar y el progreso.
Todos los amantes de la libertad recibimos con inmenso júbilo la noticia que llegaba desde Berlín.
En Occidente algunos pensaron que aquella demostración tan
palpable del fracaso del comunismo -o del socialismo real, como también
se le llamaba- iba a actuar como un reclamo para acabar con los regímenes totalitarios
de todo el mundo. Y creyeron que la caída del Muro iba a vacunar a
todos los intelectuales y políticos que aún se consideraban comunistas
contra esa ideología, que niega conceptos como la propiedad y la
libertad, que han sido fundamentales para impulsar el progreso de la
Humanidad.
«El virus del totalitarismo ha demostrado una diabólica capacidad para mutar y reproducirse»
Una de esas nuevas formas de totalitarismo la encontramos
en algunos regímenes islámicos y, por supuesto, en el fanatismo de todos
los grupos, que, como Al Qaida, practican el terrorismo contra los
países libres.
Y otra manifestación de esas mutaciones del virus totalitario la tenemos en la aparición de regímenes populistas en algunos países de la América Hispana.
Regímenes en los que, en nombre de los pobres, se están cometiendo cada
vez más violaciones de las libertades fundamentales y, lo que es
también muy importante, no sólo no se está promoviendo el menor progreso
para esos «pobres» a los que, de boquilla, dicen que quieren ayudar,
sino que, en algunos casos, se les está hundiendo en la escasez, en la
miseria y hasta en la hambruna.
El caso más evidente es la Venezuela chavista,
donde un populismo desenfrenado se une a políticas copiadas de la
dictadura castrista para provocar, como está provocando, la anarquía y
el caos en las calles, y la ruina económica, social y moral de un país
que lo tiene todo para ser uno de los más ricos y prósperos del mundo.
La comunidad internacional, y en primer lugar, España, no puede permanecer impasible ante los comportamientos dictatoriales del
régimen bolivariano. Un régimen en el que no están garantizados ni la
libertad de los ciudadanos ni algunos derechos tan elementales como el
de informar, con una prensa sojuzgada y unas televisiones controladas.
Un régimen que, tras las más quedudosas elecciones del pasado mes de abril,
permitió que agredieran a puñetazos impunemente en el Parlamento de la
Nación a los políticos más destacados de la oposición, entre los que se
encontraba la diputada más votada del país, María Corina Machado.
Un régimen, además, que está demostrando una total incompetencia en el
ejercicio de sus funciones, como lo atestigua la carencia de artículos
de primera necesidad que sufren los venezolanos.
Un régimen que utiliza todo el poder del Estado para difamar y amenazar a sus opositores,
como acaba de hacer llenando las calles con miles de carteles en los
que acusan a sus principales oponentes (el líder de la oposición,
Henrique Capriles, la diputada María Corina Machado y Leopoldo López,
presidente del partido Voluntad Popular) de «dejar a los ciudadanos sin
luz, sin comida y sin paz».
La pasada semana todas las televisiones han prestado
atención a la increíble intervención del actual presidente, Nicolás
Maduro, en la que enseñaba una foto del túnel del metro de Caracas con la presunta figura de Chávez entre las piedras.
Una intervención, inimaginable en un país medianamente serio, que
provocaba la risa de todos los espectadores. Pero tiene muy poca gracia.
Muchos dictadores totalitarios también han tenido aspectos ridículos y
no por eso han sido menos dañinos.
Los que creemos en la libertad tenemos que poner todo
nuestro empeño en lograr que la comunidad internacional actúe
eficazmente contra estas dictaduras, que, como en el caso de Cuba,
además hablan español. Y debemos denunciar con firmeza todos los
desmanes y todas las violaciones de derechos fundamentales que se
perpetran en Venezuela.
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