Cuatro partidos nada menos, PSOE, CiU, IU y
UPyD, se unieron ayer para pedir al Congreso, por medio de una moción de
CiU, que persiga implacablemente a todos los ultraderechistas y nazis y
penalice el enaltecimiento del franquismo. Esto último debe de ser una
broma. Porque entonces los españoles todos tendríamos que condenar
nuestros éxitos de cuarenta años, que nos llevaron desde las ruinas de
una guerra civil fratricida hasta un país razonablemente próspero. Desde
una dictadura de corte fascista, con todos sus horrores, a un régimen
autoritario, que se autodisolvió en paz y en aras de la democracia. En
una transición que fue ejemplo para muchas otras, en la que se asumió la
Guerra Civil como tragedia nacional sin culpable único, en una
reconciliación nacional cuyo primer promotor ya en 1956 había sido,
pásmese el fanatismo revanchista de ahora, el Partido Comunista. Y
ahora, unos partidos que cuestionan y atacan a diario nuestra
Constitución democrática pretenden erigirse en jueces morales de toda
España. De la pasada y presente. Y CiU además quiere que sean la
izquierda y ellos los únicos que puedan decidir quién es nazi y quién
no. Como son socios de quienes parecen nazis, actúan como nazis y hablan
como nazis, quieren que otros no podamos decir quién es nazi y quién
no. Dicen que tachar de nazi a alguien que dice que no lo es supone
«banalizar el nazismo». Preocúpense ellos de no parecerse tanto a los
nazis en totalitarismo lingüístico, agresión al discrepante, mentira
histórica y expansionismo territorial.
Dicho esto, la simbología nazi debe estar
prohibida. Como lo está en muchas democracias. También lo debiera estar
la simbología comunista, tan criminal como la anterior. Porque es cierto
que existe una singularidad del nacionalsocialismo, y está en el
Holocausto, un crimen único por su calidad, su condición y significado
casi metafísico. Pero, por lo demás, nazismo y comunismo se han
comportado igual. Nunca ninguna de esas dos ideologías ha sido aplicada
sin el terror y el crimen. No hay versión buena de nazismo, como no lo
hay de comunismo. Que Stalin fuera uno de los vencedores de la guerra
mundial fue el motivo de que las dos ideologías criminales no fueran
perseguidas por igual en las democracias. Hoy eso ya no es razón. En
Polonia y otros países víctimas de los correligionarios de Cayo Lara y
Llamazares se persigue esa simbología. Y es general la repugnancia que
generan sus símbolos e iconos de verdugos de los decenas de millones de
muertos que causó la ideología de la hoz y el martillo. Hace unos meses
una cadena de ropa occidental tuvo que retirar una camiseta con el
rostro del Che Guevara en Polonia, por la oleada de indignación que
produjo esa apología de un criminal. Nazismo y comunismo como los dos
grandes y monstruosos errores de la humanidad en el siglo XX han de ser
recordados como tragedia, pero desterrados como opción política. Por eso
está muy bien que, en el nuevo Código Penal, se refuerce la persecución
del «negacionismo», que siempre es un vil intento nazi de reactivación
ideológica, negando hechos incontestables del exterminio de los judíos
en la Shoah bajo el nacionalsocialismo. Por eso, los grupos nazis y de
ultraderecha, afortunadamente marginales en España, han de ser
controlados y reprimidos. Pero no sólo ellos, estimados partidos de la
moción tuerta. La extrema izquierda, hiperactiva y muy nutrida
ideológicamente bajo el zapaterismo, es un peligro mucho más presente,
numeroso y agresivo que la extrema derecha. El separatismo que promueve
la destrucción de España y su Constitución, también. Va siendo hora de
que la Policía, los políticos y los medios traten igual a quienes hacen
lo mismo.
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