Con estas palabras describió el Arzobispo a la agencia
Fides los acontecimientos ocurridos en el norte de Siria el domingo 23 de Junio
pasado, cuando el Padre Murad y otros dos cristianos más fueron brutalmente
decapitados por rebeldes sirios, en Gassanieh. Estos hechos fueron confirmados
por el Custodio de Tierra Santa, Pierbattista Pizzaballa, OFM, quien exhortó a
los fieles a orar para que se acabe este vergonzoso conflicto y la gente logre
tener una vida normal. El Padre
François, de 49 años, había iniciado su vida religiosa con los frailes
franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, donde se había refugiado y
continuaba identificado con una estrecha amistad espiritual con ellos, aunque
no era franciscano. Después de haber sido ordenado sacerdote, inició la
construcción de un monasterio dedicado a San Simón ‘le styliste’, en el poblado
de Gassanieh. Al iniciar la guerra civil en Siria, el monasterio fue
bombardeado y el Padre Murad se mudó al convento de la Custodia por razones de
seguridad y para brindar apoyo a los pocos que quedaban, así como también a
otros religiosos y religiosas. De acuerdo a fuentes locales, el monasterio fue
atacado por militantes ligados al grupo jihad Jabhat al-Nusra.
El
conflicto armado en Siria es una monumental torre de Babel erigida como un
ataque frontal a la libertad religiosa. Podemos compartir la convicción de que
la libertad religiosa es un derecho humano fundamental, un bien social, fuente
de estabilidad y un componente clave de la seguridad internacional y nacional.
La Religión es un fenómeno global y todas las naciones se esfuerzan por
acomodar su propia diversidad religiosa. Si una nación no logra este propósito,
no sólo peligra la libertad religiosa, sino también las libertades civiles, ya
que donde no hay libertad religiosa, no pueden subsistir las libertades
civiles, independientemente de lo que marque la Constitución.
En el caso de Siria, existen
ciertas provisiones legales y constitucionales, pero estas no constituyen una
garantía de libertad. Similarmente a lo que ocurre en varios países del Medio
oriente y el Norte de Africa, las leyes de blasfemia y apostasía son aplicadas
de una forma discriminatoria. Con frecuencia, estas leyes se usan para reprimir
a los disidentes u oponentes políticos, para hostigarlos, acosarlos y para
resolver venganzas personales. La violencia sectaria también es rampante en
Siria. El Departamento de Estado de Estados Unidos reportó a un sub-comité del
Senado Norteamericano que la violencia sectaria se incrementó en el 2012,
escalando el conflicto a un saldo de 35,000 muertos.
La constitución provee libertad
de culto –que no es lo mismo que libertad
religiosa- siempre y cuando no haya disturbios en el orden público. Esta
legislación le ha permitido al gobierno aumentar el espionaje y la persecución
de los miembros de cualquier grupo que pueda ser considerado ‘una amenaza’,
incluyendo a miembros de la mayoría Sunni. Los arrestos, pueden incluir tortura
y asesinatos. El régimen persiguió a los ciudadanos en base a su afiliación
religiosa en comunidades como Homs y la rural Aleppo, donde solían habitar
entre Sunnis y Alawis, gran cantidad de Cristianos, que ya las han abandonado.
Homs fue una comunidad que acaparó mucho la atención a nivel internacional,
donde vivían unos 80,000 cristianos y hoy en día viven menos de 60. La
oposición al gobierno empezó con protestas por abusos, pero el régimen muy
pronto respondió asociando a los rebeldes con facciones extremistas islámicas.
La mayoría Sunni empezó a asociar a los Alawis con el régimen, a la vez que
culpaba a los Alawis por la brutalidad y las matanzas de civiles, de tal
manera, que no se puede tomar partido en el conflicto. También los takfiri y
wahabbis han
matado a muchos cristianos, mientras que el ejército sirio busca contener la
violencia de estos grupos.
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