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| Tradicionalmente,
los gobernantes ejercían una suerte de `disciplina moral´ sobre sus
gobernados, a imagen de la que los padres ejercen sobre los hijos.
Ejercer tal disciplina moral no era una labor exenta de peligros, pues
la tentación totalitaria podía convertir al gobernante en una suerte de
`confiscador de almas´ que se inmiscuye en la conducta privada de sus
gobernados; pero renunciar a ejercerla puede favorecer malformaciones
sociales todavía más peligrosas. Al gobernante no le corresponde
moldear la conciencia moral de sus gobernados; pero sí, desde luego,
fundar la convivencia sobre juicios morales objetivos. Pongamos que a
un señor de tendencias vandálicas le gusta destrozar cuanto pilla a su
paso: el gobernante no podrá imponerle que se líe a patadas con los
jarrones chinos que adornan su casa, pero sí podrá impedir que queme
papeleras en la calle; y, evitando que queme papeleras en la calle,
conseguirá que el mal que aqueja a ese señor vandálico no se extienda a
otros señores pacíficos, y hasta puede que contribuya a dulcificar el
carácter del señor vandálico, que al reprimir su pulsión destrozona tal
vez (esto ya es más improbable) acabe por respetar los jarrones chinos
de su casa. El problema empieza cuando el gobernante renuncia a
formular un juicio moral objetivo ante los vandalismos del señor que
quema papeleras en la calle; y se complica cuando el gobernante,
después de hacer cuentas, considera que quemar papeleras en la calle le
resulta económicamente beneficioso, pues así se ahorra tener que
trasladar los desperdicios a un vertedero.
En las últimas semanas he
leído en la prensa que Madrid pretende ser sede de un «parque temático
para adultos». La expresión, pretendidamente eufemística, resalta
todavía más la naturaleza inmoral del proyecto: se trataría de erigir
una suerte de sucursal de Las Vegas, un emporio dedicado al juego,
pululante de casinos y demás establecimientos aproximadamente
prostibularios que florecen en su derredor. Por supuesto, para
justificar la erección de semejante Babilonia pútrida, la presidenta
Esperanza Aguirre ha invocado razones de índole económica: se crearían
muchos `puestos de trabajo´, se atraerían ingentes cantidades de
`turistas´, etcétera. Todo muy asépticamente expuesto, prescindiendo de
la calificación moral que un proyecto de tales características merece;
o, más cínicamente aún, sustituyendo tal juicio moral por un
batiburrillo de mentecateces estrambóticas: en declaraciones a un
programa de radio, Esperanza Aguirre ha llegado a afirmar que Las Vegas
«ya no tiene nada que ver con lo que era hace cuarenta años»; y que
quienes a ella ahora acuden lo hacen atraídos por su oferta cultural:
congresos, conciertos, obras de teatro, deportes, etcétera. Descubrimos
de este modo que ahora a los cónclaves de puteros los llaman
`congresos´; a los espectáculos de strip-tease `conciertos´ y `obras de
teatro´; y a la ruleta, el blackjack y la máquina tragaperras,
deportes. Cuando nuestros gobernantes renuncian a formular un juicio
moral objetivo sobre las cosas, es inevitable que se enzarcen en juegos
semánticos surrealistas; lo cual resulta tan patético como hacerse
trampas al solitario.
La realidad moral es que
la ludopatía es un mal objetivo, que destruye a quienes la padecen y,
por extensión, a quienes la vida ha puesto en su camino. Y cuando la
ludopatía, que es un mal objetivo, se fomenta y agasaja, convirtiéndose
en `celebración´, termina mezclándose con otros males igualmente
arrasadores que encanallan todavía más a quienes la padecen y, por
extensión, a quienes la vida ha puesto en su camino. Un gobernante
cabal no podrá impedir que sus gobernados sean adictos al juego o al
sexo mercenario; pero deberá impedir a toda costa que tales lacras
invadan la vida social. Un ‘parque temático para adultos’ es una
indignidad, se mire por donde se quiera; y si se mira por el ángulo del
beneficio económico, la indignidad todavía adquiere magnitudes más
pavorosas. Pero hasta de las mayores indignidades se puede extraer una
lección moral: y el proyecto de este ‘parque temático para adultos’ que
aspira a convertir a Madrid (¡en reñida competencia con Cataluña!) en
una sucursal de Las Vegas nos demuestra que, allá donde los pueblos
(con sus gobernantes al frente) renuncian a los principios morales, a
la postre hasta sus medios para ganarse el sustento acaban atándolos a
la inmoralidad. Seguramente, este `parque temático´ para adultos’
procurará muchos `puestos de trabajo´ y atraerá muchos `turistas´:
tantos, por lo menos, como los burdeles de Tailandia.
Juan Manuel de Prada |
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