Hace
pocos días llamaron a la puerta de mi casa una pareja de jóvenes, que
ya hacía años que habían traspasado la frontera dela adolescencia.
Serios, formales, educados y bien presentados. Por su forma de
expresarse y de desenvolverse, deduje que deberían tener estudios
superiores. Pretendían venderme libros de una renombrada editorial, algo
que en mi caso hubiera sido sumamente sencillo, sino fuera porque ya
constituyen un verdadero problema de espacio físico y he de ser
extremadamente selectivo.
Viendo que su objetivo no tenía
posibilidades de hacerse realidad, no insistieron machaconamente como
suelen hacerlo los vendedores clásicos y cortésmente se despidieron con
una sonrisa.
Al cerrar la puerta, me quedé profundamente
entristecido. La verdad es que me hubiera gustado ayudarles haciéndoles
algún pedido, más que por el beneficio económico que hubiese podido
reportarles, porque les hubiese servido de estímulo en la dura y casi
estéril misión que estaban desarrollando y para la que seguramente no
era para la que se habían preparado.
Resulta muy triste ver así a lo mejor de
nuestra juventud, por culpa de unos individuos, farsantes, embusteros,
incompetentes que se aferran sin escrúpulos al poder y nos han llevado a
la ruina. A la ruina moral y económica.
El que quiera saberlo, sabe que el riesgo de quiebra de España se encuentra ya casi al mismo nivel de Argentina y Venezuela.
La economía española forma parte del grupo
de países con mayor probabilidad de bancarrota. El nuestro, está sólo
por detrás de Argentina, Ucrania, Venezuela, Irlanda, Hungría y Croacia.
La probabilidad de que España incurra en el
impago de su deuda ha vuelto y persiste en todos los mercados. De ahí la
presión que siguen ejerciendo sobre nuestro país, a pesar de ese no
explicado rescate europeo a la banca.
No me adentraré en el intrincado laberinto
de las cifras siempre farragosas; de las especulaciones
culpabilizadotas, porque la situación en la que nos encontramos todos
demuestra que España está en manos de unos miserables —no sé si como en
Sodoma y Gomorra habrá algún justo que pueda salvarse— que se aferran al
poder como las sanguijuelas lo hacen a la piel de sus víctimas. La
diferencia es que los políticos, a los que para mayor escarnio, elegimos
nosotros mismos, tienen las mandíbulas más poderosas y los dientes más
afilados que los de estos anélidos, para poder absorber bien nuestras
vidas, nuestras haciendas, nuestro futuro y el de nuestros hijos,
nuestros proyectos y nuestras ilusiones.
¿Qué estoy exagerando? ¿Qué soy un
pesimista? Les pondré como muestra un pequeño ejemplo de las
barbaridades que, a costa de nuestros bolsillos, cometen estos parásitos
inútiles en cualquier otro ámbito de la vida civil. Esta es una de las
muchas noticias que le ponen a uno los ojos a cuadros y los pelos como
escarpias: “Aragón cierra su ‘embajada’ en Madrid, con un coste de
400.000 euros anuales”. Más 66 millones y medio de pesetas. Sí, sí, han
leído ustedes bien. Ya no solo se han establecido embajadas fuera de
España, o de las Españas, o de las naciones y nacionalidades, porque yo
ya no estoy muy seguro ni de lo que somos, ni de cuantos somos, sino
dentro de esto que llamamos país, Estado o lo que quiera que sea que
seamos. Es decir que se han establecido en el propio Madrid. Andalucía
también tiene otra al frente de la cual está o estaba la pareja de
Bibiana Aído.
Para esto es para lo que sirve el poder.
Para colocar a nuestra costa a puestos políticos elegidos a dedo,
correligionarios, amiguetes, allegados, familiares, simpatizantes y
otras especies no del todo cuantificadas.
En nuestra situación, lo más peregrino es
que los mandamases de la cosa pública se asombren de que los mercados no
se fíen de nosotros. Pero ¿Cómo se van a fiar si seguimos siendo el
país de José María “El tempranillo” y “Los siete niños de Écija”?
Bueno, peor, porque al menos ellos se jugaban la piel en Sierra Morena y
tenían mas gracejo. Fíjense en los apodos por los que se les conocían:
Juan Palomo, Ojitos, Satanás, Malafacha, Cándido, El Cencerro y
Tragabuches.
La verdad es que hay cierta similitud entre
aquellos y los de ahora. Sí, porque muchos de esos bandoleros eran muy
queridos y hasta protegidos por el pueblo. A los de hora los elegimos
nosotros mismos, los sentamos en poltronas, les damos protección, les
pagamos sueldos, viajes, comilonas y otras variedades de gastos no
cuantificados.
En la delicadísima coyuntura por la que
atravesamos, la clase política española se ha convertido en el más grave
de los problemas que nos angustian, pues ellos son los que han
originado la mayor parte de los nuestros. Primero unos; luego los otros.
Pero unos y otros actuando —o dejando de actuar—siempre con criterios
clientelares y electoralistas; dando la impresión de que no saben lo que
nos estamos jugando y sin la menor voluntad de cercenar el despilfarro
que ellos mismos generan.
No todos son así; ahí tenemos el ejemplo de
la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, que propuso al presidente
del Gobierno, que por cierto, dicen que son del mismo partido, devolver
las competencias al Gobierno de la Nación si España lo necesitaba,
acción con lo que se ahorrarían miles y miles y miles de millones de
euros, y el presidente, que parece que es de su mismo partido, no quiso
ni oír hablar del tema.
Aquí es donde radica nuestro más grave
problema y la prueba más sangrante es un reciente estudio en donde se
afirma que España es el país en el que existen más políticos por
ciudadano de toda Europa, (445 mil), ¡de toda Europa! A menudo
hablamos del excesivo número de funcionarios y asimilados ¡que también!,
pero el problema más acuciante es el excesivo número de políticos.
Ellos se fijan sus retribuciones sin atenerse a ninguna regla racional,
económica, laboral o social; preparan sus chiringuitos para enchufarse
con el beneplácito de la oposición y amén de no rendir en su trabajo y
mucho menos rendir cuentas del mismo, se convierten una de las causas
principales de la falta de credibilidad que tiene nuestro país, que es
el problema número uno que sufrimos. Hay honrosas excepciones, como las
de esos pocos concejales de pueblo que trabajan desinteresadamente y que
incluso les cuesta dinero desempeñar sus cargos y a los que un día
habría que rendir el homenaje y reconocimiento que se les debe.
Para solucionar los gravísimos problemas que
tenemos planteados, es necesaria una reforma en profundidad de la
Constitución, algo que el propio sistema está pidiendo a gritos desde
dentro y desde fuera. Pero algo que no se hará, porque nuestros
políticos se opondrán a cualquier recorte de los privilegios que ellos
mismos se han otorgado; conservadores o progresistas, son la fuerza más
reaccionaria y poderosa existente, en todo cuanto pueda suponer una
merma de su modus vivendi; constituyen un frente resistente e
impúdico que bajo ninguna circunstancia —aunque constituyan la ruina del
país— está dispuesto a hacer entrega sus inmunidades, fueros y
regalías.
El problema de los partidos políticos
españoles —especialmente ahora en tiempos de crisis— es cómo mantener a
los suyos, porque la gran mayoría de los representantes de las
administraciones españolas cobran del erario público. Pero no solo de
las administraciones, porque como por sí mismas no eran suficientes para
colocar a tanta boca hambrienta como hay en los partidos esperando que
caiga el maná del dinero estatal, se inventaron las empresas públicas,
fundaciones, consorcios y figuras jurídicas del mas extraño pelaje, en
las que pudiendo hacer y deshacer sin el control de la Administración
pública, sirven para colocar a parientes, conocidos, y afines.
Naturalmente todo ello a costa de encarecer los servicios que se suponen
que nos prestan.
Ante la crisis, tanto el Gobierno anterior
como el actual, se han limitado a hacer recortes, pero no reformas. No
las reformas que necesitamos. Y es que el cáncer de la política ha
extendido sus metástasis a todos los estamentos sociales sin excepción.
Lo decía el escritor español Antonio Gala, “Cada día salen nuevos
nombres a la concurrida palestra de la corrupción. No sé ni como caben.
Banqueros, militares, políticos, juristas, funcionarios,
particulares (Ladrones de profesión o de afición); en todas partes
cuecen habas, menos en la olla de los pobres, a los que se condena sin
tanto requilorio por hurto famélico”.
Pero no nos extrañemos. Esa es su verdadera
razón de ser. Mientras la ciencia se esfuerza por hacer posible lo
imposible, la política hace imposible lo posible.
Por César Valdeolmillos
http://blogs.hazteoir.org/opinion/2012/06/18/no-se-ni-como-caben-por-cesar-valdeolmillos/