NUNCA ENTENDÍ la fascinación por Lolita. Y no me refiero a la calidad literaria de la novela de Nabokov, pues jamás la leí. El argumento me producía tal repulsión que preferí no hacerlo. Sí vi la película de Stanley Kubrick y lo cierto es que tardé algún tiempo en conseguir disociar a James Mason, uno de mis actores preferidos, de su repugnante personaje en la película. El del adulto atraído sexualmente por una niña de 12 años, lo que a mi siempre me pareció algo muy parecido a la pedofilia, pero se ve que mi impresión era francamente minoritaria pues la fascinación por Lolita, las enésimas reproducciones de la película, de la novela y de sus sugerencias han seguido hasta nuestros días. Como si aquella historia erótica con una niña de por medio fuera lo más natural y estupendo del mundo.
PERO TAMBIÉN ES CIERTO que las lolitas de Nabokov y de Kubrick tenían la excusa de la época, 1955 para la novela y 1962 para la película. Por aquel entonces las sociedades eran bastante menos sensibles con la sexualización de los niños, sobre todo si tales niños eran niñas. Pero lo que me produce perplejidad es que el fenómeno de la fascinación por las lolitas sea ahora mayor que antes. Y que prestigiosos medios de comunicación, publicistas, líderes de tendencias, insistan en ello con campañas de niñas sexualizadas, vestidas y fotografiadas en poses de Lolita. Siempre niñas, eso sí, porque la cosa no ha evolucionado hacia la incorporación de lolitos. Tampoco se ha hecho película o novela alguna con tal argumento, quizá porque cuando el personaje es un niño, entonces sí parece pedofilia, pero lo de la niña queda más 'natural'.
POR ESO ME HA GUSTADO tanto la iniciativa de la ministra francesa Roselyne Bachelot de tomar cartas en el asunto encargando un informe sobre este problema. Y aún más el resultado, un trabajo realizado por la senadora Chantal Jouanne en el que denuncia lo que llama la 'hipersexualización de las niñas' o el fomento de la imagen de las niñas vestidas y maquilladas como adultas y en poses y expresiones abiertamente sexuales. En los medios de comunicación, en la moda, en la publicidad. Con la consecuencia, defiende esta senadora, de que fragiliza a las niñas en la construcción de su identidad y su equilibrio psicológico afectivo.
NO SÉ SI LAS PROPUESTAS contra la hipersexualización de las niñas de ese informe tendrán éxito. Al fin y al cabo, se trata de una cuestión cultural y no creo que una ministra francesa sea capaz de cambiar de un plumazo el viejo y asentado entusiasmo por las lolitas. Como mucho, los políticos pueden trabajar para una sensibilización social más amplia. Después, ya veremos. Mientras asisto al debate, recuerdo una vez más aquella reflexión de la socióloga Fatema Mernissi en 'El harén occidental' sobre algunas derivas desagradables de la liberación de las mujeres occidentales. Ella no citaba esta cuestión, pero la añado. Una liberación mal entendida que ha llevado a la conversión de las propias niñas en símbolos y objetos eróticos.
P. D. Llama la atención que sean mujeres, una ministra y una senadora, quienes aborden el problema. Pero también que sean mujeres las que fomenten el fenómeno, por ejemplo, las responsables de la revista francesa que provocó un escándalo hace meses con un lamentable reportaje de moda con lolitas.
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