El lado oscuro de Apple
Por Thomas Castroviejo | Gaceta trotamundos – Hace 17 horas
La muerte de Steve Jobs desconcertó a Jia Jingchuan; antes de su muy mediatizado y lamentado fallecimiento, el icónico fundador de Apple había sido la única persona a la que esta trabajadora china podía escribir para pedir ayuda. Jia Jingchuan estaba enferma y Jobs era responsable indirecto: es una de las 137 obreras de la fábrica de Foxconn, en Taiwán víctima del n-hexane, un químico empleado por sus jefes para aumentar la productividad. Este lugar no sería tan famoso si no fuera porque allí se fabrican todos los iPods, iPads y iPhones del mundo.
Resulta que el n-hexane, con suerte, solo produce desmayos o fuertes migrañas; sin ella, afecta al sistema nervioso de los empleados. Jia cayó en un punto intermedio entre ambos síntomas. Era 2009. Desde entonces, estuvo escribiendo cartas a Jobs pidiendo ayuda y alertándole de las condiciones de la fábrica en la que sus aplaudidas visiones se hacen realidad. Es una práctica común: con turnos de 12 horas, 98 horas al extra al mes y un día libre de cada quince, son muchos los trabajadores que, desesperados, intentaron avisar a Jobs de que el origen de sus productos no casaba con la visión idílica de "tecnología punta hecha fácil para el hombre de a pie" que propugnaba.
"Siento mucho la muerte de Jobs", explica Jia. "Su empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los productos que yo misma construía".
Son tiempos duros en Foxconn. No es que anden justos de gente (todo lo contrario: hay muchísimo campesino chino que cambia la campiña por una oportunidad de vivir en Taiwán), sino que la demanda nunca había sido tan alta hasta ahora. Entre el iPad 2, el nuevo iPhone y la gente que busca ponerse al día a través de los inventos de Jobs, casi ningún país da abasto llenando sus tiendas de aparatos Apple. Mientras, la empresa, que se comprometió públicamente a una política de trato legítimo a sus empleados, baja la cabeza ante las draconinanas condiciones de quienes fabrican sus productos. Básicamente, fingen no saber que pasan unas 12 horas al día frente a una cadena de montaje, repitiendo el mismo gesto una y otra vez. Tienen una hora para comer y dos descansos de 10 minutos. Si no son todo lo productivos que se espera de ellos, tienen que compensarlo con horas extra en sus ratos libres.
Hay que matizar: sí, hay suicidios, pero no más que en cualquier otra fábrica china (y muchos menos que en las universidades estadounidenses). Y sí, los trabajadores lo tienen duro, pero no son esclavos: abandonan el campo voluntariamente para trabajar en Taiwán y pueden dimitir cuando quieran. ¿Justifica esto los abusos? No está nada claro. No deja de rechinar el hecho de que haga falta someter a un grupo de personas para que el resto del mundo pueda tener las golosinas tecnológicas de Apple.
Esta es una semana crucial para la compañía; es la primera desde la muerte de Jobs, ya mismo empiezan a vender el nuevo iPhone. No van por mal camino: 24 horas después de permitir que su reserva online, ya han agotado existencias. Los trabajadores de Foxconn tendrán que trabajar más para atender a tanta demanda. Y mientras, los homenajes personales a las puertas de las tiendas Apple serán solo para Steve Jobs.