Cuando en abril de 1968, en Nanterre, algunos jóvenes con ganas de juega, pocas ideas propias y un incipiente exceso de comodidad burguesa, empezaron a crecerse, pocos imaginaban que la Francia del pétreo De Gaulle estaba a punto de entregarse a la orgía relativista. A la juerga le cambiaron el nombre y empezaron a llamarla “libertad”. Era pura y simplemente juerga, o sea, sexo y drogas (por entonces más alcohol que otra cosa), pero dieron en llamarla “libertad”. Montones de grupos musicales cambiaron el sempiterno chico busca chica por proclamas liberadoras, y los franceses se pasaron al color, abandonando las a menudo elegantes brumas de la nouvelle vague, y empezaron a desnudar actrices (algo así como el cine español hoy).
La libertad (aquella “libertad”) empezó pintando paredes en la Sorbona y levantando adoquines en el bulevar Saint Michel, pero desde Sartre a Cohn-Bendit terminó considerando la pederastia como una expresión de libertad sexual y dio al traste con lo que quedaba de la escasa civilización europea que había sobrevivido a la guerra del 14. Francia se convirtió en la sociedad muelle que es ahora, máxima expresión europea del nihilismo progresista, contaminó al resto de Europa y dejó un legado de izquierdismo que las generaciones futuras seguirán pagando todavía durante años.
La revolución del 68 fue ciertamente una revolución: acabó con lo que había (ciertamente la civilización europea había entrado ya en la fase de moribundo sin aparente retorno), lo sustituyó por lo que tenemos todavía hoy, arrasó con una forma de entender la vida e impuso un modelo de sociedad frente al que cada vez más ciudadanos empiezan ahora a rebelarse.
No son ciertamente los circunstanciales habitantes de la #acampadasol quienes se están rebelando, sino todos los demás. Las fotografías que aparecen hoy en algunos periódicos son bien significativas: los revoltosos, expresión última de la mediocridad de nuestro penoso sistema educativo (Yes we camp), están completamente rodeados, vallados, acotados. No están haciendo la revolución, como pretenden hacernos creer: están encerrados en su corralito.
Los demás. Somos los demás quienes hemos empezado a dar muestras de nuestro malestar. Somos los que estamos al otro lado de la valla de Sol los que hemos empezado una revolución. Pero las starlets de la izquierda y sus anacrónicos eslóganes todavía no se han enterado. Están demasiado ocupados con su…
Somos los del otro lado de la valla los que cada día nos sentimos rechazados por un sistema que está dejando de representarnos, y por ello perseguimos a los partidos, trabajamos, les presionamos, trabajamos, promovemos iniciativas ciudadanas, trabajamos, peleamos, trabajamos, nos manifestamos, trabajamos, generamos ideas y discusiones. Y trabajamos.
Hay muchas diferencias entre el votante de su culo y nosotros. La primera de ellas, que al primero solo le interesa conseguir papel higiénico (o no). Los demás queremos que nuestros hijos vivan en un país mejor.
Con su soberbia faraónica, su firme anticomunismo y sus nunca disimuladas maneras autoritarias, el viejo general tenía razón y los izquierdistas de la revolución de mayo del 68 andaban errados. De Gaulle barrió en las urnas y la izquierda, comunistas y socialistas, sufrieron una debacle mayúscula. Pero Europa perdió la batalla cultural y desde aquella fecha el progresismo izquierdista supo instalarse en el poder político, mediático y educativo cambiando la trayectoria de nuestra civilización y conduciéndola al lugar en que se encuentra hoy, unos pasos más acá del despeñadero.
Sol no tiene adoquines. Ni la Real Casa de Correos es la Sorbona. Y por más que se empeñen los grafiteros a sueldo del único bipartidismo real existente en España (el de PSOE-IU/PCE), Esperanza Aguirre no es el tirano De Gaulle. Pero como a él, la casa se le ha llenado de ratas.
nacionalismo.blogs.com/byebyespain/2011/05/a-la-fascista-se-le-llena-la-casa-de-ratas.html
La libertad (aquella “libertad”) empezó pintando paredes en la Sorbona y levantando adoquines en el bulevar Saint Michel, pero desde Sartre a Cohn-Bendit terminó considerando la pederastia como una expresión de libertad sexual y dio al traste con lo que quedaba de la escasa civilización europea que había sobrevivido a la guerra del 14. Francia se convirtió en la sociedad muelle que es ahora, máxima expresión europea del nihilismo progresista, contaminó al resto de Europa y dejó un legado de izquierdismo que las generaciones futuras seguirán pagando todavía durante años.
La revolución del 68 fue ciertamente una revolución: acabó con lo que había (ciertamente la civilización europea había entrado ya en la fase de moribundo sin aparente retorno), lo sustituyó por lo que tenemos todavía hoy, arrasó con una forma de entender la vida e impuso un modelo de sociedad frente al que cada vez más ciudadanos empiezan ahora a rebelarse.
No son ciertamente los circunstanciales habitantes de la #acampadasol quienes se están rebelando, sino todos los demás. Las fotografías que aparecen hoy en algunos periódicos son bien significativas: los revoltosos, expresión última de la mediocridad de nuestro penoso sistema educativo (Yes we camp), están completamente rodeados, vallados, acotados. No están haciendo la revolución, como pretenden hacernos creer: están encerrados en su corralito.
Los demás. Somos los demás quienes hemos empezado a dar muestras de nuestro malestar. Somos los que estamos al otro lado de la valla de Sol los que hemos empezado una revolución. Pero las starlets de la izquierda y sus anacrónicos eslóganes todavía no se han enterado. Están demasiado ocupados con su…
Somos los del otro lado de la valla los que cada día nos sentimos rechazados por un sistema que está dejando de representarnos, y por ello perseguimos a los partidos, trabajamos, les presionamos, trabajamos, promovemos iniciativas ciudadanas, trabajamos, peleamos, trabajamos, nos manifestamos, trabajamos, generamos ideas y discusiones. Y trabajamos.
Hay muchas diferencias entre el votante de su culo y nosotros. La primera de ellas, que al primero solo le interesa conseguir papel higiénico (o no). Los demás queremos que nuestros hijos vivan en un país mejor.
Con su soberbia faraónica, su firme anticomunismo y sus nunca disimuladas maneras autoritarias, el viejo general tenía razón y los izquierdistas de la revolución de mayo del 68 andaban errados. De Gaulle barrió en las urnas y la izquierda, comunistas y socialistas, sufrieron una debacle mayúscula. Pero Europa perdió la batalla cultural y desde aquella fecha el progresismo izquierdista supo instalarse en el poder político, mediático y educativo cambiando la trayectoria de nuestra civilización y conduciéndola al lugar en que se encuentra hoy, unos pasos más acá del despeñadero.
Sol no tiene adoquines. Ni la Real Casa de Correos es la Sorbona. Y por más que se empeñen los grafiteros a sueldo del único bipartidismo real existente en España (el de PSOE-IU/PCE), Esperanza Aguirre no es el tirano De Gaulle. Pero como a él, la casa se le ha llenado de ratas.
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