Cuando oigo que Dios no existe porque hay miseria en el mundo, enfermedad e injusticia, siempre contesto lo mismo: el hombre vive en libertad en un mundo cambiante, pero de las situaciones difíciles también se aprende. Si nuestra vida fuera tan monótona que no tuviéramos nada que perder, no tendríamos ocasión de probarnos a nosotros mismos, de conocer otras opciones o experimentar otras sensaciones. Todo sería una sucesión de días iguales sin emoción alguna. Es cierto que hay emociones que preferiríamos ahorrarnos, la verdad; pero lo cierto es que se disfrutan más los buenos tiempos cuando has pasado por otros peores. Las dificultades nos ayudan a ser mejores personas, aunque sólo sea por llegar a comprender más los problemas ajenos.
Por ejemplo, mi marido tiene que viajar bastante y yo preferiría que no lo hiciera. Sin embargo, soy consciente de que esos viajes son necesarios y que aportan algo positivo a su vida. En mi caso, tampoco me viene mal tener que arreglarmelas sola de vez en cuando. Además, cuando regresa me llevo una gran alegría. Supongo que todo eso compensa los viajes. Ocurre igual con la vida, que hay situaciones negativas de las cuales se acaba sacando algo positivo a la larga, cuando lo ves en perspectiva. Las dificultades nos ayudan a ser más tenaces y nos hacen más fuertes. No se debe renegar de nada en la vida porque de todo puede llegar a surgir algo bueno. Se aprende más de la experiencia que de ninguna otra cosa.