Es una de mis frases preferidas de la liturgia católica. Pero hay que decirla con entusiasmo, no como quien recita un refrán. Sólo así cobra todo su sentido. La verdad es que, hoy en día, decir que el reino es de Dios resulta un poco optimista; pero es el deseo lo que cuenta y la declaración de intenciones. El Reino de Dios habita en nuestro corazón cuando le permitimos ser el rey de nuestras vidas y así nos convertimos en sus siervos. El Poder corresponde a la resurrección de las almas. No existe poder mayor. En cuanto a la Gloria, basta con la memoria de cuantos se han consagrado a Él para hacer el bien desde hace miles de años. Cada uno de ellos es un ejemplo glorioso a seguir.
Por eso debemos seguir afirmando con entusiasmo que el Reino, el Poder y la Gloria son de Dios. Otra clase de poderes existen, pero nunca podrán igualar al suyo. Las personas pasan, los países cambian y las leyes también; pero el verdadero Reino sigue intacto porque habita en nosotros. La Gloria de Dios nos ilumina incluso en los momentos más aciagos. No se puede juzgar a la humanidad por un momento dado de la historia. Las distintas generaciones no son más que un instante cuando se mira desde la perspectivan que nos ofrecen las Sagradas Escrituras. Los que esperamos la Venida de Cristo, por tanto, no podemos seguir el vaivén de las modas y costumbres, sino que tenemos que mantener la vista siempre vieja en una meta superior: el Reino, el Poder y la Gloria de Dios.