El otro día pusieron en televisión un reportaje sobre técnicas de estudio. Discutían sobre si es mejor sentirse presionado todo el tiempo a la hora de estudiar o tener un ambiente relajado y menos tenso. Siendo un país de Europa del Norte, ellos llegaban a a la conclusión de que era mejor trabajar sin presiones. Sin embargo, en España, yo no estaría de acuerdo con eso. No hay más que ver a los funcionarios para darse cuenta de que aquí el que no se siente presionado no da ni golpe. Yo misma noto que, cuanto menos tengo que hacer por obligación, menos hago en total. Lo que más me cuesta siempre es empezar. Luego ya viene todo rodado. El día que tengo más obligaciones pendientes es aquel en el que acabo haciendo tareas extras que no tenía programadas.
Es una relación directamente proporcional, aunque las matemáticas no sean lo mío. Por eso, creo que es importante acostumbrarse a no bajar demasiado el ritmo, ni siquiera en vacaciones. Hay días en que creo que, si no tuviera que salir a llevar a las niñas al colegio, me pasaría el día en el sofá. Pero, una vez que estoy en la calle, ya no paro de hacer cosas. Me pongo las pilas. Al volver a casa, enciendo el ordenador, veo el correo, leo el reader, miro mis estadísticas, leo el Evangelio si no he ido a misa y abro mis blogs. Actualizo los posts con textos propios y ajenos y, finalmente, entro en el facebook. Es un ritual automático que me dura aproximadamente una hora. Necesito seguir mis rutinas para no dejarme llevar por la desidia. Creo que yo sólamente puedo trabajar si me presiono a mí misma cada día.