Herrera en la II República: una enseñanza
Herrera fue el gran modernizador del catolicismo social en el siglo XX. Aceptó y vivió dramáticamente la llamada del papa León XIII a los cristianos para colaborar con regímenes de hecho, constituidos en contra de la legitimación dinástica o tradicional. En virtud de la doctrina paulina, se les debía acatamiento y obediencia, aunque se pudiera combatir contra las concretas leyes injustas que del poder emanasen. Herrera vivió estas circunstancias de modo dramático en las turbulencias de la II República. Aceptó honestamente el nuevo poder constituido. Tenía muy bien asimilada y fundamentada la doctrina papal. Y ello fue más doloroso sabiendo que el nuevo régimen jugaba con las cartas marcadas y se proclamaba desde sus primeros momentos como rabiosamente anticristiano. ¿Cómo prestar fidelidad a un régimen que pretende tu aniquilación? No todas las fuerzas católicas tuvieron su visión y muchos consideraron a Herrera -injustamente- un oportunista o un ingenuo. Sin embargo, lo cierto es que sus ideas permanecen hoy vigentes y fértiles.
De aquella situación sacó Herrera Oria una enseñanza de gran actualidad. Sobre la posibilidad de aceptar un régimen republicano, fue muy claro al considerar que los cristianos podrían vivir sin el paraguas de la monarquía, pero la monarquía sin un pueblo cristiano, no podría sobrevivir. Esta reflexión se la debieran hacer los príncipes D. Felipe y Dª Letizia; quizá estén jugando cartas equivocadas o marcadas por un jugador tramposo y antes de que puedan reaccionar se vean fuera del tablero, lo cual, creo, que sería muy peligroso par la entera nación española. Lo que está en juego es la posibilidad -negada por el establishment- de una concurrencia o de una presencia de los cristianos en la vida pública, asumiendo e incorporando a la misma un discurso y una propuesta que nace del Evangelio y que es portador de su mensaje.
La propuesta cristiana en la vida pública no es la imposición a nadie de una fe. Sí es , por contra, la manifestación de que las creencias religiosas y la fe en un Dios trascendente que se ha hecho Hombre (semejante a nosotros en todo menos en el pecado) aportan un plus de libertad al hombre que este no conoció nunca en los estados precristianos. La separación “dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” permitió que la humanidad se desembarazara de la pretensión estatal de ser la única instancia legitimadora de la moral. Desde entonces el cristiano vive en la tensión entre el poder temporal, al que debe obediencia, y la obediencia más importante, a Dios. “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esta distinción es importante porque pone un límite a la dominación del hombre por el hombre, el problema por antonomasia de la filosofía política.
Hoy vuelven tiempos en los que el estado pretende ser la última y única instancia moral, lo que dicho en otros términos, vuelve a ser el dominio del hombre por el hombre. El reciente debate sobre la objeción de conciencia médica frente al aborto se halla en esta línea. Eliminar la objeción de conciencia del personal médico significa violar la dignidad de un profesional y convertirlo en la pieza de un engranaje al servicio de un pretendido derecho al aborto. Un hombre convertido en una pieza de un engranaje. Parece mentira que sólo hayan pasado setenta años de los totalitarismos nazi y comunista.
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