Conduciendo por la ciudad, aparecen situaciones que serían cómicas de no resultar tan serias. Por ejemplo, a la vuelta de una curva, en pleno cruce, hay un cartel publicitario enorme con una señora estupenda en paños menores. No sé si pretenden así acabar con los conductores masculinos. Luego se extrañarán del número de accidentes... Al poco, hay un carril con la flecha de obligatorio seguir recto y, de un metro para otro, aparece una flecha de dirección obligatoria a la izquierda. De manera que te ves obligado a cambiar de carril inmediatamente, sin tiempo para hacer la maniobra con seguridad. En la carretera de Valencia, sucede lo mismo con algunas señalizaciones que cambian de un carril a dos o viceversa en el último momento.
Después entramos a un aparcamiento de esos que tienen luces de colores para señalizar las plazas de garaje: verde si está libre, rojo si está ocupada y azul para minusválidos. Pero, para mayor seguridad, delante de las plazas reservadas han puesto vallas. No se les ha ocurrido pensar que un paralítico no puede bajarse del coche para retirar las vallas de protección. Así que, en lugar de hacerles un favor, de este modo les impiden el aparcamiento. A veces pienso que, cuanto más se busca señalar y regularlo todo, más se complican las cosas. Las personas que se encargan de ello da la impresión de que nunca comprueban los resultados. Si no, no se explica que les pasen desapercibidos unos problemas tan evidentes. A veces, conducir se convierte en toda una aventura, especialmente cuando visitas un lugar nuevo y desconocido. Por suerte, yo no soy la que conduce, porque me pondría de los nervios.