Nos pasamos el día oyendo hablar de los derechos que tenemos. Derecho a hacer ruido, a beber en la calle, a matar a nuestros hijos... Pero, ¿qué ocurre con los deberes?. Que han caído en el olvido. Algunos padres premian a sus hijos por aprobar el curso, cuando lo cierto es que estudiar es su obligación. No se debe aplaudir a la gente por cumplir con su trabajo. Así hemos llegado a esta sociedad con el mayor porcentaje de ni-nis de Europa (ni estudian, ni trabajan), porque piensan que tienen derecho a disfrutar de los privilegios que a sus padres tanto les ha costado conseguir. Y, el caso es que no es fácil argumentar con alguien que opina que los deberes son cosa de otra época y ya no tienen validez.
Cada día, todos nos colgamos medallas al cuello por hacer las cosas que nos corresponden. Yo presumo de estar muy ocupada llevando y trayendo a mis hijas de sus clases. También me enorgullezco de hacer la comida todos los días de la semana, o de ocuparme de mi casa. Pero, al fin y al cabo, todo eso forma parte de mi deber. Lo puedo hacer a desgana por obligación; o lo puedo disfrutar considerándolo un acto de amor y entrega hacia los míos. Eso es lo que se conoce como "ser libre para amar". Es decir, que, cumpliendo con mis deberes me siento libre, porque lo hago sabiendo que está bien, que es lo que hay que hacer y que no tengo tanto mérito.