Para este post me he inspirado en una homilía. Sucede que los cristianos a veces nos sentimos avergonzados de llevar una cruz o exhibirla en casa. Nos ha calado el discurso de que se trata de un instrumento de tortura, y, sin duda, lo es. Pero la cruz de Jesucristo es mucho más que eso: es el mayor símbolo de amor que existe. Durante los tres años de predicación que pasó Jesús tuvo miles de ocasiones de desdecirse y volverse atrás. Pudo haberse vuelto a su pueblo y vivir como carpintero treinta años más. Pero Él sabía que tenía una misión más importante y que el precio a pagar era su propia vida. Jesús no murió por desidia o error; murió por los que le insultaban y por los que nunca habían oído hablar de Él. Murió por todos nosotros, para que mantuviéramos viva nuestra fe durante generaciones.
Por eso, yo ahora llevo una cruz colgada del cuello. Porque es un motivo de orgullo, pensar que Jesús se entregó a la muerte voluntariamente sólo para que nosotros, ahora, más de veinte siglos después, podamos seguir acudiendo a Él. Para que podamos seguir rezando - que es la actividad más fácil y más provechosa que podemos hacer por el mundo. La Cruz es el símbolo del amor más grande que existe: el de alguien que entrega su cuerpo a la tortura y la muerte, solamente para demostrarnos que la vida no es lo más importante que tenemos, que es sólo una parte del camino de nuestra alma. Lo que realmente vale la pena es aprender a amar más allá de la distancia y el tiempo; hasta renunciar a uno mismo, y perdiéndose así llegar realmente a encontrarse, como el mismo Jesucristo nos enseñó a través de su sacrificio.