Empieza el curso y, con él, una vez más me pregunto si estoy haciendo todo lo que debería. Tengo unas ganas enormes de viajar, de estudiar idiomas, incluso me tentaría la idea de volver a trabajar. Pero sé que todo eso no es para mí por múltiples razones. Primero, por mi salud que deja mucho que desear cinco días de cada siete. Segundo, porque mis hijas dependen de mí para que las lleve y las traiga al colegio o con sus amistades. Tercero, porque, aunque mi hijo mayor pase bastante de nosotros, no es cuestión que nosotros también pasemos de él. Cuarto, porque hay mucho en juego en España y a nivel internacional en cuestiones de moral universal que están siendo puestas en duda cada día más. Quinto, porque ya no me veo capaz de renunciar a mi pequeño pasatiempo, que ya se ha convertido en una profesión.
Así que aquí sigo, sintiéndome en cierto modo prisionera de mis propias ideas. Me recuerda un cuento que contó el cura en la iglesia sobre una burra madre que tenía un cachorro, el cual se soltó y se fue a ver mundo. Ella también quería soltarse, pero sabía que su deber era seguir allí atada para que el borrico encontrara el camino de vuelta a casa. Así que yo soy esa burra. Me sigue tentando mucho abrir los comentarios del blog y comunicarme con la gente, pero sé que es algo que anímicamente ya no me puedo permitir. Con los años, en lugar de fortalecerme, me estoy volviendo cada vez más sensible. Para sufrir me basta con mis propios motivos. Pero, en días como hoy, me gustaría soltar la cuerda, salir a trotar y olvidarme del mañana.