Hacer psicoterapia es un ejercicio doloroso, pero a veces necesario para comprender cómo hemos llegado a ser como somos. En mi caso, mi niñez no es un recuerdo muy agradable. La verdad es que la pasé en mi propio mundo, bastante aislada de los demás; tal vez porque tenía menos capacidades que los otros niños. No sé si se debía a mi poca salud, pero el caso es que de pequeña yo siempre fui la más torpe, la más lenta y la más débil del grupo; a pesar de que era más alta de lo normal. Padecía de catarros y alergía casi todo el año, lo cual me obligaba a ir con el pañuelo a mano. Me mareaba hasta vomitar en cualquier vehículo y se me daban mal todos los juegos infantiles. Todo ello hizo que me alejara voluntariamente de los demás.
Naturalmente, quedarse al margen no es la mejor manera de hacer amigos. Los niños pueden ser crueles, aunque yo nunca me sentí acosada porque sabía defenderme. No en vano, tenía una hermana mayor con la que nunca me llevé bien. Con mis otros hermanos apenas tuve trato debido a la diferencia de edad. Ellos eran, además, todo lo que yo no era: guapos, deportistas y con mucha vida social. Yo era una niña delgaducha, con barriga y la piel demasiado blanca. Ahora suena absurdo, desde la visión de un adulto, pero entonces no comprendía por qué razón yo no podía correr tan rápido como los demás, saltar a la comba o hacer el pino. Y todo ello me hacía sufrir, aunque yo me refugiaba en los libros y procuraba no darme por enterada.