De los veinte a los treinta años, tuve dos etapas diferentes. Hasta los veinticinco estuve trabajando, viajando con mi marido y viviendo una vida despreocupada. De los veinticinco a los treinta, pasé tres embarazos y tres partos. La primera parte fue muy relajada y la disfruté mucho. Empezaba a volar. La segunda, la verdad es que fue dura, con embarazos molestos y partos complicados; pero también la disfruté un montón. Aunque estaba exhausta y pensaba que no iba a aguantar más, el caso es que tuve tres hijos seguidos porque quise y me volqué con ellos en cuerpo y alma. Creo que no existe nada tan gratificante en la vida como formar una familia.
Esa década de mi vida pasó demasiado rápido. Es lo que tiene estar demasiado ocupada. Pero creo que hicimos bien en ser padres jóvenes, cuando aún teníamos energía de sobra. Recuerdo que hubo gente que no comprendió por qué quisimos tener tres hijos. Yo siempre había pensado que era el número ideal; pero, teniendo la pareja, me decían que eran suficientes y no debíamos tener más. Es curioso cómo algunos siempre parecen saber más que tú de tu vida y estar en desacuerdo con tus decisiones. Ya entonces empecé a sentirme otra vez fuera del sistema. Ama de casa con tres hijos. Estaba claro que lo mío era ser diferente. Pero entonces estaba muy convencida y las opiniones ajenas me importaban poco. Nunca me he sentido tan segura de algo.