Cuando tanto se habla de los fallos de algunos católicos, que, sin duda, existen; no se habla nada en absoluto, en cambio, de la labor callada de la Iglesia. Desde hace siglos, juntos a los enfermos incurables, los más pobres entre los pobres, drogadictos, prostitutas, minusválidos y delincuentes; siempre ha habido un religioso católico dándolo todo a cambio de nada. En los países donde la malaria es una enfermedad endémica, allí están sufriendo tantas recaídas como sus habitantes. Con los enfermos de sida, corriendo el riesgo de contagiarse. En los lugares remotos donde no llegan las carreteras ni los servicios médicos; con los marginados, siguiendo siempre la máxima de: condena el pecado, compadece al pecador. La Iglesia no da la espalda a nadie.
Sin embargo, en el futuro, debido a la falta de vocaciones, la mayor parte de esta labor social de la Iglesia va a ir desapareciendo progresivamente. Entonces, cuando el estado tenga que hacerse cargo de todo y no pueda, tal vez algunos se dén cuenta de que todo el dinero que se entrega a la Iglesia (y sale de la declaración de la Renta de los que así lo deciden), ésta lo multiplica por mil, ya que ni los religiosos ni los voluntarios cobran un sueldo correspondiente al trabajo que están realizando. Lo hacen por amor al prójimo y, precisamente por eso, mucho mejor, muchas más horas y con más dedicación que cualquier asalariado. Cuando esa labor desaparezca, entonces muchos se van a lamentar de haberse quejado de la Iglesia Católica, pero ya será tarde.