"(...)Si el modernismo fue la era de la razón, el posmodernismo lo es del instinto. El fracaso de la idolatría de la razón ha obligado a buscar nuevas brújulas. Pero, por lo visto, la Humanidad todavía no ha aprendido la lección, aún no ha sufrido bastante como para recular y retomar con humildad sus raíces perdidas, su despreciada piedra angular, y sigue sin admitir su “heteronomía”, su óntica y existencial dependencia del Otro. El hijo pródigo sigue buscando unas míseras algarrobas fuera de la casa del padre. Es la terrible trampa del orgullo, de la soberbia, que empuja a “huir hacia delante” a cualquier precio, a no reconocer los propios desvaríos, a no rectificar ni por saber morir.
Destronada la razón, al Hombre posmoderno sólo le quedan los instintos para seguir en su empeño por auto-dirigirse. Ignora que la recta razón libera, pero el instinto esclaviza, nos devuelve a la condición de animal irracional no-libre. En su ya extrema necedad, la Humanidad posmoderna trata de “liberar” los instintos llamándolos “derechos”. Ante el naufragio de la modernidad, la consigna es “sálvese quien pueda”. Que cada uno se “busque la vida”. El positivismo jurídico radical que se ha impuesto legaliza los caprichos, convengan o no al bien común, y cada cual “a su marcha”, sin más.
El saber se ha quedado en opinión. La moral en apetencia o conveniencia. La ciencia se ha sometido al servicio de la técnica y ésta a las órdenes de la maquinaria productiva, que crea y recrea sin cesar un consumismo demencial que genera necesidades innecesarias y vende caros sus espejismos de felicidad. La catástrofe económica que amenaza nuestro “bienestar” es hija de ese hedonismo desbocado, tan inmoral como irracional. La felicidad se ha rebajado a divertirse, darse gusto. Para ello hay que consumir y eso cuesta dinero. ¡A por él, caiga quien caiga! Ahí tienen “la crisis (...)”.
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