La capacidad expansiva de esa doctrina relativista, que es un proceso de larga duración, se nutre de esa transversalidad, de no identificarse con unas siglas concretas o con un partido político concreto, impregnando así con mayor facilidad al conjunto de la sociedad, bajo la falsa apariencia de no corresponderse con una opción política específica.
Ésa es la doctrina que impera en la Europa de nuestros días. Una doctrina nacida de una izquierda que quedó desorientada, que perdió su rumbo y sus objetivos tras la caída del Muro de Berlín.
Pero, a fin de ser justos y objetivos en el diagnóstico, hay que añadir que el éxito de esta doctrina no es exclusivo de esa izquierda redefinida. El relativismo ha encontrado su caldo de cultivo en dos realidades indiscutibles.
La primera, la indolencia, la comodidad de nuestra sociedad. El relativismo surge y se extiende en una sociedad sumida en una crisis de valores. Durante años, Europa y sus ciudadanos han visto crecer sin fin su calidad de vida, su bienestar. Y eso nos ha hecho cómodos.
Hemos llegado a creer que merecíamos ese bienestar de manera natural y espontánea, sin que el mismo fuera el fruto de nuestro propio esfuerzo. Hemos abandonado valores como el sacrificio personal, el esfuerzo, el compromiso, la responsabilidad y la prudencia. Nos hemos olvidado de la austeridad. En la fábula de Esopo, nos habríamos convertido en indolentes cigarras en lugar de en laboriosas hormigas.
Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y eso, a la postre, conduce a una sociedad débil, aletargada y acomodaticia en que una doctrina basada en el ‘todo vale’ encuentra su mejor escenario para expandirse.
La segunda realidad es que no hemos sido capaces de presentar resistencia frente a los defensores del relativismo. Quienes propugnan ese relativismo han sabido hacer creer a la sociedad que aquéllos que defienden valores y principios no son, en realidad, buenos demócratas sino tan sólo dogmáticos, radicales y fundamentalistas.
Ese ambiente, hábilmente creado por los voceros del relativismo, ha generado un cierto miedo reverencial a discrepar de lo que es una moda supuestamente dominante, la de la socialización de la nada. Esos defensores del relativismo ya no necesitan hacer la revolución social sino servirse de la comodidad de la sociedad, de un aletargamiento colectivo que es su principal aliado y su mayor soporte. Buscan la transformación de la sociedad desde esa comodidad, desde la esclavitud de los políticos a las encuestas de opinión.
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