Yo, que me meto en agujeros negros por cualquier problema, estoy impresionada de ver cómo los inmigrantes cuidan de los hijos y los padres de otras personas. Ya sé que lo hacen por dinero, pero, casi siempre, con una sonrisa. Da gusto ver su paciencia, su dedicación, tanto a los ancianos como a los niños. Se nota que lo hacen de corazón. Y pensar que sus propios padres y sus hijos están a miles de kilómetros de distancia. A veces se encuentra una abuela a cargo de una docena de nietos, mientras los padres han tenido que marcharse para ganar el sustento de la familia. ¿Que sentirán sabiendo que no pueden estar con sus propios niños, mientras se encariñan con otros a los cuales no saben cuánto tiempo tendrán que atender, y recordando que están lejos de sus mayores, ocupándose de los parientes de otros?
Peor será cuando, además, les toquen niños malcriados, de esos que tanto abundan que no obedecen y contestan mal por exceso de mimo. Mientras, sus propios hijos pueden ir por mal camino, debido a la falta de control de sus padres. Realmente, debe ser un tema duro de sobrellevar. Por suerte, en esos países todavía conservan el valor de la familia. De ese modo, primos y sobrinos pueden criarse juntos y así permitir la posibilidad de que sus padres busquen un futuro mejor para ellos en otro país. Lo ideal sería que no tuvieran que emigrar; pero, la verdad es que es una bendición poder contar con ellos, con su amabilidad y su cariño. Las mujeres españolas, muy especialmente, tenemos una gran deuda de agradecimiento con los inmigrantes, sin los cuales no tendríamos esta calidad de vida.