Director de Comunicación del PP (1990- 1996) y secretario de Estado de Comunicación (1996-1998)
El día en que José María Aznar fue nombrado presidente del PP «sin tutelas ni tutías» pocos esperaban (¿pocos?: nadie) que tres años después presentara al partido en fila y ordenado; seis años después lo llevara a La Moncloa, y diez años después consiguiera la mayoría absoluta. Y si aquellos hombres y mujeres que se juntaron en Sevilla lo hicieron es porque no sabían que era imposible. Insensatos.En el libro «Y Aznar llegó a presidente» cuento algunas anécdotas de aquellos años y de aquel Congreso, que bajo el título «Centrados con la libertad», fue el comienzo de una historia apasionante. El equipo de Juan José Lucas –con Pedro Viñarás y Jesús Sepúlveda a los mandos– montó un acto espectacular y con todos los detalles previstos: los delegados de Castilla y León en primera fila, a aplaudir, pues no parecía que los demás fueran a regalar ovaciones desde el primer día. Y es que así estaban las cosas: el PP, a punto de romperse en partiditos regionalistas y con un mensaje que necesitaba renovación.
Aznar, como todo dirigente, tendrá que aguantar las críticas precisas de su gestión como gobernante. Pero lo que es indudable, intachable, inapelable es que cambió el rumbo de la derecha española: fue capaz de poner en fila a siete gatitos por la carretera caminando al mismo son, centró el mensaje popular, homologó al PP con Europa y lo llevó al Gobierno frente a un todopoderoso Partido Socialista que no parecía que fuera a ser vencido nunca.
Por encima del «milagro económico» en su etapa de gobierno, del cambio de mentalidad que introdujo en la sociedad española con respecto a las relaciones de los ciudadanos con el poder, de la trascendencia internacional de sus actuaciones desde La Moncloa, Aznar pasará a la historia como el renovador del centro-derecha español. Y esa historia comenzó en Sevilla, en 1990.
No fue fácil: la estructura del PP, el recelo de gran parte de la sociedad española, el rechazo de los intelectuales, el cainismo entre los conservadores y el socialismo en el poder invitaban a tirar la toalla. Hoy ya nadie se lo cree, pero hace veinte años la mayor lucha era evitar que se confundiera al centro-derecha español con la dictadura franquista, o pinochetista o argentina. Como si todos los que votaban PP fueran unos malvados dictadorzuelos que querían llegar al poder para vejar a los trabajadores y esclavizar a los ancianos quitándoles las pensiones. Aún hoy algunos se atreven a seguir con esa murga, pero ya causa risa. Entonces era una losa.
Con gran esfuerzo, el equipo dirigente de los Cascos, Rato, Rajoy, Lucas, Arenas, introduciendo nombres nuevos como Aguirre, Rudí, de la Merced, Barberá, Cortés, Michavila, Gortázar, Vidal Cuadras, integrando personajes ya conocidos como Gallardón, Ramallo, Loyola de Palacio, Álvarez del Manzano, Cisneros, Martín Villa, Arias Salgado y tantos otros, fueron avanzando en terreno sembrado de minas y maldito. Horas y horas dándose de cabezazos contra el muro de un Felipe González que actuaba al modo de los emperadores japoneses: divinidad en tierra cuidando bonsáis sin que nadie se atreviera a chistarle.
Pero aquel equipo lo consiguió. Lo suyo no fue obra de la casualidad ni del andar esperando a que cayera la fruta madura: trabajo, levantarse tras las caídas, curarse los codazos sin contarlo y fe en un proyecto en el que muchos tardaron tiempo en creer. Así fue como José María Aznar renovó el centro-derecha español, lo hizo fuerte, lo encumbró internacionalmente y lo llevó a La Moncloa.
Y todo comenzó en Sevilla, en días como hoy hace veinte años. ¡Que ya ha llovido!
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