A menudo una idea loable acaba transformándose en algo negativo, por el puro afán de llevarla a los extremos. Si, hace tiempo, una mujer separada tenía problemas para defender sus derechos, ahora son los hombres separados los perdedores. Es bien sabido que la custodia de los hijos se suele dar a la mujer, y, con ella, las pensiones compensatorias; lo cual suele dejar a los ex maridos en una situación económica precaria. Pero, además, ahora la sociedad ha permitido una "caza de brujos" contra los hombres. De tal modo que, no sólo les privan de ver a sus hijos a su elección; sino que, además, a un hombre separado se le considera posible culpable de malos tratos físicos o psicológicos. Es difícil defenderse de una acusación tan solapada. Por eso, hay un porcentaje muy alto de denuncias falsas en los litigios de divorcio, aunque no existan pruebas en la mayoría de los casos.
La igualdad legal, llevada al extremo, está produciendo grandes desigualdades. Por ejemplo, los abuelos de parte de él y los hermanos pierden también la posibilidad de visitar a los niños. Siendo así, no es extraño que aumente la violencia en la pareja. De algún modo, si les van a acusar igual, no tiene sentido reprimirse. Un hombre separado se convierte al mismo tiempo en víctima y presunto verdugo. Con ello, no estoy queriendo justificar los malos tratos, sino, más bien, buscar las explicaciones que siempre existen cuando ocurre un fenómeno social. Por un parte, los jóvenes, chicos y chicas, son ahora más agresivos; por otra parte, las relaciones de hecho son más inestables que los matrimonios; y, en tercer lugar, pero muy importante, habría que modificar los procesos de separación para que sean realmente justos, y no salgan siempre perdiendo los hombres. Eso sí que sería defender una igualdad real.