Otro acierto pleno de Disney. Es una bonita película infantil con un mensaje para todos los públicos. Trata de cómo a veces la enemistad nace simplemente del desconocimiento. Demuestra lo que yo tantas veces he afirmado: que, debajo de nuestra piel, somos todos seres vivos buscando la supervivencia y el amor. Las razas, religiones, o incluso las especies animales, sólo sirven para disfrazar esta realidad. Es una suerte que yo todavía tenga una hija pequeña en casa que me sirve de excusa para ver esta clase de películas. Me gustan mucho más que esos seudo dramas modernos, comedias chabacanas o películas de acción por la acción. Las películas de niños -algunas al menos-, conservan todavía el interés por el argumento; y, en el caso de Disney, también la intención de inculcar valores positivos de los que te hacen sentir bien y salir del cine pensando que, tal vez, a pesar de todo, todo sea posible aún; incluso ver el fin de las corridas de toros.
A mí me ha recordado especialmente el tema de la tauromaquia. Se supone que los toros bravos son animales peligrosos que sólo sirven para las corridas. Pero es que, naturalmente, los han hecho así mediante selección artificial de los ejemplares más fieros. Si se hiciera un proceso inverso, volverían a ser animales tan mansos como pueda ser cualquier otro ejemplar vacuno. Dentro de que cualquier animal es potencialmente peligroso -incluso los perros-, cuando se le conoce desde cachorro y se le trata bien, todos ellos son capaces de albergar buenos sentimientos hacia sus cuidadores y esto es mutuo. Justificar la tauromaquia porque los toros son animales peligrosos, es lo mismo que hacían en la película con los dragones. Pero sólo son lo peligrosos que quieren que sean y bastaría con respetarlos un poco y dejarlos vivir en paz.