No hace tanto tiempo, los adolescentes en España teníamos muy claro que aquel que no estudiaba tenía que ponerse a trabajar. También estaba prohibido fumar y beber a los menores y lo aceptábamos con naturalidad, aunque lo probáramos a escondidas. Se daba por sabido que, el que quería una casa en propiedad y un coche, tenía que ahorrar durante años. ¿Cuándo se arruinó esa mentalidad, ¿en qué momento los jóvenes llegaron a la conclusión de que la sociedad les debía algo a ellos?. Tengo unos vecinos, cuyo hijo ya ni siquiera va al instituto, pero tampoco quiere buscar empleo. Se pasa el día en casa viendo televisión o en el ordenador. Están esperando a que cumpla dieciocho años para darle un ultimatum: o estudia, o trabaja o se marcha. Sin llegar a ese extremo, muchos chicos han olvidado que su única obligación es prepararse para poder ganarse la vida.
Esta sociedad donde, tanto los famosos como los políticos, resultan ser gente inculta sin apenas experiencia laboral, cuyo único mérito consiste en saber venderse bien. Esta sociedad donde se valora más el éxito inmediato que el esfuerzo; la belleza que la inteligencia; o la falta de escrúpulos que la coherencia. Los jóvenes aprenden del ejemplo que les están dando. Cada generación resulta más dañada que la anterior. No me vale que me hablen de las excepciones que confirman la regla. Lo que yo sé es que el nivel de estudios ha bajado muchísimo y, aún así, un tercio de los estudiantes no aprueba la Eso. Las universidades españolas, que eran admiradas en toda Europa por su nivel, ahora practicamente regalan algunos títulos, ante el temor de quedarse sin licenciados. Los gigantes nos han vencido por goleada y esto no tiene fácil arreglo.