Hoy día el uso de la fuerza no está de moda. Hablar de utilizar la fuerza nos inclina a sobrentender que se quiere hacer abuso de ella. Se suele confundir lo que es el uso de la fuerza con lo que es uso de la violencia. Sin embargo, no podemos ignorar que es la fuerza, la energía, la vitalidad, la fuerza vital……., en resumen, la vida, que es fuerza y energía, la que permite que empujemos y saquemos adelante nuestros proyectos. Pero dejémoslo claro, de una vez por todas, que usar la fuerza no es igual a abusar de su uso, de llevar a cabo violencia. Sin una sana energía vital, sin fuerza vital, quedamos rendidos y vulnerables ante cualquier agresión exterior.
En realidad, no es que el concepto de fuerza no esté de moda, ni que casualmente lo confundamos con su abuso. Hoy día, casi nada es casualidad en los mensajes sociales y de propaganda mediática. Lo que ocurre es que hay quien no quiere que la fuerza esté socialmente de moda, ni que tampoco se ponga. Lo que algunos “estrategas” pretenden conseguir con métodos de ingeniería social, con la manipulación del pensamiento y la subversión de ideas, es que las personas libres renuncien a la sana utilización de la fuerza, aquella que pueda representar una vigorosa proclamación de las propias creencias y convicciones. Lo que se busca es que se tenga una mala opinión de todo lo que signifique fuerza, para así lograr que la sociedad pierda su vitalidad, su capacidad vital de defensa, su fuerza y su energía, frente a las agresiones del “pensamiento totalitario”.
Los proyectos totalitarios, que son un riesgo permanente en la vida política, buscan siempre disfrazar sus pretensiones y así ocultar, con la apariencia que da el “buenismo”, la debilidad que buscan inculcar en las sociedades que quieren dominar. De este modo, se hará más amable, y fácil de digerir, esa impotencia inoculada a la sociedad que se busca socavar y anestesiar. Esa falta de fuerza, esa debilidad que se pretende infundir, no es ni más ni menos que la falta de valores morales que son los fundamentos sobre los que la sociedad impulsa la energía y la fortaleza para mantener, defender y llevar a cabo las creencias, convicciones y proyectos de vida.
Con este engaño conceptual y lingüístico consistente en equiparar fuerza y violencia, se pretende que la sociedad abdique del uso de la fuerza en la defensa de las responsabilidades que le son obligadas y se auto-justifique, eximiéndose de los propios deberes. Así, de esta forma, inermes para actuar, nos encontraríamos en condiciones de aceptar el veneno ideológico, cualquiera que este sea, que nos haga sumisos ante el totalitarismo del poder de turno.
¿Cómo debemos combatir esta anestesia indolora, pero efectiva, a nuestras propias creencias y convicciones?.......... Para poder hacer frente a esta estrategia de “ingeniería social” tan frecuente y evidente en el mundo actual, tanto en lo que se refiere a la manipulación política de talante totalitario, como a las maniobras de “marketing” de un capitalismo consumista, la única herramienta consiste en reivindicar el rearme moral de nuestra sociedad y de cada uno de nosotros como personas individuales. Pero, ¿Cómo?
Es frecuente oír la queja sobre lo poco que podemos hacer los ciudadanos para cambiar las cosas. Es una auto-justificación para no hacer nada. Lo primero que debemos hacer es dejar de viajar en el cómodo asiento del co-piloto, sentarnos al volante de nuestras vidas y tomar el volante de nuestro vehículo, ser activistas de nuestras ideas y creencias. Que tengamos claros nuestros “valores frontera”, aquellos que no estamos dispuestos que nadie traspase con manipulaciones conceptúales, semánticas, o pseudo-intelectuales. - San Jerónimo decía que lo que hace tan fuertes a los bárbaros son nuestros propios vicios. Por su parte, Edmund Burke decía que lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres de bien no hagan nada.
Es frecuente que en nuestra cultura social las personas nos retraigamos de expresar nuestra propia opinión en público, de exponer nuestros “valores frontera”, por miedo a estar en minoría y que todo el mundo se nos eche encima. Se trata de nuestro miedo a no ser políticamente correctos. Es algo natural. En este sentido no está por demás traer a colación una experiencia sociológica bautizada por J. Harvey con el nombre de “Paradoja de Abilene”, en un artículo titulado “The Abilene Paradox: The management of agreement” (1974). – Esta experiencia aparece cuando nos encontramos en una situación en la que con la intención de complacer, o bien de no contrariar el sentir de un grupo de personas al que suponemos una cierta opinión contraria a la nuestra y que creemos en mayoría, no expresamos nuestros verdaderos y propios sentimientos, y condescendemos, con nuestro silencio, en contra de nuestros deseos. La paradoja se hace frecuentemente patente cuando, por una circunstancia espontánea e inesperada, por una mal entendida prudencia y complacencia por nuestra parte, comprobamos que la mayoría del grupo coincidía con nuestra opinión que, al no haberla nosotros expresado públicamente, el grupo también había dejado de hacer o expresar lo que verdaderamente hubiera deseado.
Ahí tenemos lo que está pasando con el aborto, en donde la batalla por la defensa de la vida en la opinión pública se está ganando. Hace algunos años parecía que una mayoría era pro-libertad de aborto (“pro-choice”). Hoy se está demostrando que la opinión pública está dejando de estar acomplejada y se expresa cada vez con mayor claridad en contra del aborto. Después de todo, parece que no eran tantos los que estaban a favor del aborto. Después de todo, parece que son muchos menos los que hoy están a favor del aborto. Después de todo, parece que no todos quieren ir a Abilene.
Debemos ejercitar nuestra capacidad de libre expresión. - Tan sencillo como no dejar de expresar nuestra opinión aunque pueda ser diferente, e incluso contraria, a la de aquellos otros con quienes no estemos de acuerdo. Sin miedo, con la fuerza y el vigor de quien defiende creencias y convicciones, “valores frontera”, por los que merece la pena luchar. Probablemente, casi seguro, que somos una mayoría los que no queremos hacer el caluroso desplazamiento a Abilene.
En realidad, no es que el concepto de fuerza no esté de moda, ni que casualmente lo confundamos con su abuso. Hoy día, casi nada es casualidad en los mensajes sociales y de propaganda mediática. Lo que ocurre es que hay quien no quiere que la fuerza esté socialmente de moda, ni que tampoco se ponga. Lo que algunos “estrategas” pretenden conseguir con métodos de ingeniería social, con la manipulación del pensamiento y la subversión de ideas, es que las personas libres renuncien a la sana utilización de la fuerza, aquella que pueda representar una vigorosa proclamación de las propias creencias y convicciones. Lo que se busca es que se tenga una mala opinión de todo lo que signifique fuerza, para así lograr que la sociedad pierda su vitalidad, su capacidad vital de defensa, su fuerza y su energía, frente a las agresiones del “pensamiento totalitario”.
Los proyectos totalitarios, que son un riesgo permanente en la vida política, buscan siempre disfrazar sus pretensiones y así ocultar, con la apariencia que da el “buenismo”, la debilidad que buscan inculcar en las sociedades que quieren dominar. De este modo, se hará más amable, y fácil de digerir, esa impotencia inoculada a la sociedad que se busca socavar y anestesiar. Esa falta de fuerza, esa debilidad que se pretende infundir, no es ni más ni menos que la falta de valores morales que son los fundamentos sobre los que la sociedad impulsa la energía y la fortaleza para mantener, defender y llevar a cabo las creencias, convicciones y proyectos de vida.
Con este engaño conceptual y lingüístico consistente en equiparar fuerza y violencia, se pretende que la sociedad abdique del uso de la fuerza en la defensa de las responsabilidades que le son obligadas y se auto-justifique, eximiéndose de los propios deberes. Así, de esta forma, inermes para actuar, nos encontraríamos en condiciones de aceptar el veneno ideológico, cualquiera que este sea, que nos haga sumisos ante el totalitarismo del poder de turno.
¿Cómo debemos combatir esta anestesia indolora, pero efectiva, a nuestras propias creencias y convicciones?.......... Para poder hacer frente a esta estrategia de “ingeniería social” tan frecuente y evidente en el mundo actual, tanto en lo que se refiere a la manipulación política de talante totalitario, como a las maniobras de “marketing” de un capitalismo consumista, la única herramienta consiste en reivindicar el rearme moral de nuestra sociedad y de cada uno de nosotros como personas individuales. Pero, ¿Cómo?
Es frecuente oír la queja sobre lo poco que podemos hacer los ciudadanos para cambiar las cosas. Es una auto-justificación para no hacer nada. Lo primero que debemos hacer es dejar de viajar en el cómodo asiento del co-piloto, sentarnos al volante de nuestras vidas y tomar el volante de nuestro vehículo, ser activistas de nuestras ideas y creencias. Que tengamos claros nuestros “valores frontera”, aquellos que no estamos dispuestos que nadie traspase con manipulaciones conceptúales, semánticas, o pseudo-intelectuales. - San Jerónimo decía que lo que hace tan fuertes a los bárbaros son nuestros propios vicios. Por su parte, Edmund Burke decía que lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres de bien no hagan nada.
Es frecuente que en nuestra cultura social las personas nos retraigamos de expresar nuestra propia opinión en público, de exponer nuestros “valores frontera”, por miedo a estar en minoría y que todo el mundo se nos eche encima. Se trata de nuestro miedo a no ser políticamente correctos. Es algo natural. En este sentido no está por demás traer a colación una experiencia sociológica bautizada por J. Harvey con el nombre de “Paradoja de Abilene”, en un artículo titulado “The Abilene Paradox: The management of agreement” (1974). – Esta experiencia aparece cuando nos encontramos en una situación en la que con la intención de complacer, o bien de no contrariar el sentir de un grupo de personas al que suponemos una cierta opinión contraria a la nuestra y que creemos en mayoría, no expresamos nuestros verdaderos y propios sentimientos, y condescendemos, con nuestro silencio, en contra de nuestros deseos. La paradoja se hace frecuentemente patente cuando, por una circunstancia espontánea e inesperada, por una mal entendida prudencia y complacencia por nuestra parte, comprobamos que la mayoría del grupo coincidía con nuestra opinión que, al no haberla nosotros expresado públicamente, el grupo también había dejado de hacer o expresar lo que verdaderamente hubiera deseado.
Ahí tenemos lo que está pasando con el aborto, en donde la batalla por la defensa de la vida en la opinión pública se está ganando. Hace algunos años parecía que una mayoría era pro-libertad de aborto (“pro-choice”). Hoy se está demostrando que la opinión pública está dejando de estar acomplejada y se expresa cada vez con mayor claridad en contra del aborto. Después de todo, parece que no eran tantos los que estaban a favor del aborto. Después de todo, parece que son muchos menos los que hoy están a favor del aborto. Después de todo, parece que no todos quieren ir a Abilene.
Debemos ejercitar nuestra capacidad de libre expresión. - Tan sencillo como no dejar de expresar nuestra opinión aunque pueda ser diferente, e incluso contraria, a la de aquellos otros con quienes no estemos de acuerdo. Sin miedo, con la fuerza y el vigor de quien defiende creencias y convicciones, “valores frontera”, por los que merece la pena luchar. Probablemente, casi seguro, que somos una mayoría los que no queremos hacer el caluroso desplazamiento a Abilene.
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