Muchas veces oigo decir aquello de: yo voy con ellos pero no soy como ellos. No es tan sencillo. Las personas con las que convivimos y las historias que nos enseñan los medios de comunicación influyen decisivamente en nuestras vidas. Sin que nos demos cuenta, nos van cambiando por dentro, haciendo que consideremos como normal lo que no lo es. De ahí viene luego, por ejemplo, que mucha gente considere la violencia como algo divertido.
No es lo mismo caerse y darse un golpe que verlo en televisión. Nunca he entendido por qué disfruta tanto todo el mundo con esas cosas. Yo me he reído alguna vez también, pero sólo cuando estaba claro que no se habían hecho mucho daño. Mira que gracioso, se ha roto la cabeza, es lo que suelo yo decir en estos casos. Las bromas pesadas y los accidentes sólo tienen gracia desde un punto de vista de "Schadenfreude", es decir: alegrarse de las desgracias ajenas; cosa que está muy mal.
Acostumbrarse a convivir con situaciones anormales, estrafalarias o violentas nos hace perder el contacto con lo natural. El que se rodea de personas egoístas y negativas, a acaba siéndolo también a su pesar. Es mucho más fácil el contacto de todo lo que implica rencor -porque es el camino más cómodo-, y todo lo que aviva la soberbia, que es la madre de todos los vicios.
Eso me recuerda a la maravillosa trilogía de El señor de los anillos, que no es precisamente una lectura sencilla. El protagonista, Frodo, era el único que podía portar el anillo, porque él no deseaba el poder y sólo quería cumplir con su misión: destruirlo. Es difícil convivir con el poder y el mal y mantenerse puro. Pero lo que es realmente duro es tener la posibilidad de actuar contra aquellos que te atacan y elegir libremente el camino del perdón y el olvido. Todos deseamos unirnos a la manada y aullar a la luna.