Paseando por un centro comercial me he fijado en que la mayoría de las familias con niños eran latinoamericanas. Ellos probablemente no lleguen a fin de mes y vivan todos hacinados en una habitación con derecho a cocina. Ellos seguramente trabajen, si tienen esa suerte, doce horas diarias. Pero ellos son más felices que nosotros. Salta a la vista que disfrutan de cada minuto libre y no regatean a la hora de demostrar su cariño a su pareja e hijos. Van caminando sonrientes, mientras acarician a sus niños; y no se avergüenzan de jugar con ellos, llevarlos en brazos y pasar las horas con sus parejas, aunque no les quede tiempo para más.
En el otro extremo, hombres y mujeres solos caminando con prisa, cargados de bolsas, con el gesto impaciente y las caras serias. Personas que te miran con atención cuando ven que te acompañan tu pareja y tus hijos; como si fueras una imagen salida de épocas remotas. Gente que no sufre necesidad, tienen el último modelo de móvil, un coche con pocos años y una casa en propiedad. Pero no son felices, porque no tienen tiempo para disfrutarlo y, sobretodo, porque no tiene con quién compartirlo. ¿Eso es lo que hemos logrado con nuestro desarrollo económico? A veces creo que ellos son los afortunados.