Estaba en un bar tomando un café y en la mesa de al lado había dos hombres y una mujer hablando sobre sus hijos. Decía uno que su niño le deja la comida en el plato cuando no le gusta, aunque él se haya pasado una hora preparándola. Decía otro que su niña sólo come la tortilla de patatas del colegio porque la de su padre no le gusta. Decía la otra que su niño no prueba nada que no esté empanado.
Tuve que hacer un esfuerzo para no levantarme y echarles la bronca. Ahora son niños pero mañana serán adolescentes que se pensarán que tienen todos los derechos y ninguna obligación. Hay un libro de Javier Urra, que se llama "Educar con sentido común" que deberían entregar al hacer el registro del recien nacido. No se puede hacer peor las cosas ni a propósito.
Recuerdo que una vez se me ocurrió hacer un comentario a una señora mejicana, sobre que no debería darle a elegir a su hijo a la hora de la comida. Se ofendió mucho y todos sus amigos con ella, así que no volví a entrar. No me explico cómo no resulta evidente a algunas personas que nuestros hijos no pueden disfrutar en casa de un menú personalizado porque no es bueno para ellos.
Si les das a elegir, no comerían otra cosa que pasta y hamburguesas, lo cual, naturalmente, perjudica a su salud y su crecimiento. De hecho, yo conozco niños que practicamente se alimentan de coca cola y patatas fritas y luego encima se quejan de que les duele la tripa. No hay que ofrecerles lo que quieren, sino lo que necesitan. La solución no puede ser más sencilla: "No hay otra cosa". No hace falta ni discutir.
Existen alimentos y sabores a los que el paladar debe acostumbrarse, como son las verduras, el pescado o las legumbres, y son precisamente los más sanos. Un niño que no los come de pequeño, tampoco los comerá de adulto, con lo cual se convierte en candidato a múltiples enfermedades. Si queremos a nuestros hijos tenemos la obligación de acostumbrarlos a esa comida.