En España murieron 3263 personas por suicidio en 2007 frente a 2741 en accidentes de tráfico. Parece ser en que, en los países del norte de Europa, están aumentando mucho las depresiones y los suicidios, especialmente en Francia, donde ya parece una epidemia. Sin embargo, en los países pobres practicamente no saben lo que es una depresión. Es como el tema de la alimentación: dicen que se muere tanta gente de hambre como de enfermedades derivadas del exceso de comida.
Así que, finalmente, todo mantiene un cierto equilibrio o justicia poética, que podríamos llamarle. Lo de las depresiones a mí no me extraña nada, fijándonos en unas sociedades que han sustituído el compromiso y la familia por el hedonismo y el individualismo. Cuando todo va bien y son jóvenes despreocupados es fácil ser feliz, pero cuando pasan los años y se encuentran sin un proyecto de futuro, naturalmente, se les cae el mundo encima.
Si a eso le añadimos excesos con el sexo, el alcohol y las drogas, que acaban pasando factura en su salud a largo plazo; tenemos jóvenes envejecidos de forma prematura y desmotivados hacia cualquier clase de relación personal. Treintaañeros con complejo de Peter Pan, divorciados varias veces buscando otra oportunidad más, padres de chicos sin problemas, pero muy problemáticos... Todo ello se combina con la falta de fe y solidaridad con el prójimo y de este cóctel sólo puede resultar una depresión.
Entonces algunas autoridades deciden que sale más barato y es más fácil ayudar a esas personas a morir que lo que sería indagar en las causas, ponerles tratamiento psicológico o cambiar su actitud ante la vida. Mientras, en los países pobres, siguen intentando evitar la muerte a causa de la guerra, el hambre o las enfermedades, y no les queda tiempo para arruinar sus vidas debido a su propia autocomplacencia.