Nos guste o no existen unas normas no escritas de vestimenta que indican, por ejemplo, que no se puede ir al trabajo en chandal, a no ser que seas entrenador de algún deporte. Tampoco es normal andar por la calle en bañador por mucho calor que haga, o en pijama, aunque sea de noche. Nos guste o no, en algunas oficinas es obligatorio traje y corbata, y otros deben llevar un uniforme reglamentario. Cuando se va a una celebración, lo normal es ponerse ropa más cara y elegante, especialmente si vas en representación de más personas. Por eso, la princesa Letizia se pasa el día estrenando, cosa que me parece un despilfarro. A nadie se le ocurre, por ejemplo, ir a una boda en vaqueros, porque es una falta de consideración hacia aquellos que te han invitado. El vestuario también forma parte de las normas de educación mínimas.
Cuando uno sale a la calle con los amigos es muy libre de llevar la ropa que le guste, o incluso tatuajes o piercings, aunque a mí me desagrade verlos. Hace veinte años nos asombrábamos de las tribus de África en que se perforaban la piel para sus rituales ancestrales, y ahora lo hacemos aquí. El caso es que ya se sabe que a los jóvenes les gusta llamar la atención, seguir una moda y pertenecer a un grupo. Pero hay un momento para cada cosa y cada cosa en su momento. Un hijo educado sabe adaptarse a las circunstancias. Alguien acostumbrado a hacer siempre su voluntad, naturalmente, no es consciente de las repercusiones de sus actos. Pero para eso debería estar sus padres, para ponerlos en contacto con la realidad. Más vale ponerse una vez colorado que cien amarillo. Ahora ya no va a haber manera de eliminar esa foto de las hijas del presidente.