Supongo que ya habéis oído que ese día habrá varias manifestaciones por toda España en contra de la nueva ley del aborto. Ya sé que dicen que la convocan ultracatólicos de extrema derecha, pero eso es una definición interesada. El aborto no es un tema religioso, aunque todas las religiones lo prohiban. Tampoco es exclusivo de ideologías conservadoras. De hecho hay mucha gente de izquierdas que se opone, pero no se atreven a dar su opinión, por miedo a que los consideren anticuados. Sin embargo, el aborto no es, por desgracia, algo nuevo, sino un mal a evitar, como la pederastia o el incesto, que también existen desde siempre.
El aborto no puede ser un derecho, porque es una desgracia. Eso lo saben todos aquellos que han perdido un hijo de forma involuntaria. El niño concebido forma ya parte de nuestra familia, lo queramos o no, nos venga bien o mal en ese momento. Y por tanto, matarlo significa eliminar a un pariente nuestro, un hijo, un nieto, un hermano. El óvulo fecundado al cabo de una semana ya tiene el aspecto de un bebé en miniatura, con sus piernas, brazos, y cabeza con todos los rasgos que le caracterizarán en su vida. No es un montón de células informe. Pero, aún cuando lo fuera, sería un ser humano único y diferenciado de cualquier otro, desde el momento en que tiene un material genético diferente de cualquiera que haya podido nacer antes o después.
El día diecisiete de octubre yo debería estar celebrando mi aniversario de boda, pero estaré, si Dios quiere, en la manifestación de Madrid y os invito a asistir también, porque el derecho a la vida no puede depender, de la edad, la raza o el sexo. Es intrínseco a todos los seres vivos y defenderlo es lo más importante que podemos hacer ese día o cualquier otro.