En esta sociedad sobreprotegida en que vivimos, se pretende negar las emociones más básicas, como el amor o el odio, la rabia o el miedo. Es natural enfadarse como lo es enamorarse. Pretender que las personas podemos ser puramente racionales sólo lleva a convivir con emociones soterradas que salen a la luz de forma violenta y descontrolada. Los padres modernos quieren ser un ejemplo de autocontrol según el modelo de la psicología moderna, pero sus hijos no van a vivir en un libro, sino en la vida real, donde tendrán que que aprender a manejar sus emociones. Un niño sobreprotegido no sabe reaccionar en situaciones de tensión y esto puede afectar a su propio desarrollo personal.
Una cosa es procurar no perder los nervios con tus seres queridos, y otra guardarse todo dentro. De ese modo, sólo se consigue alimentar rencores y desconfianza. Los hijos deben saber que sus padres son de carne y hueso, que sufren y se angustian, que a veces no tienen las respuestas, y que también hay cosas que no pueden soportar. Creo que resulta más sano reconocer que hay personas a las que se detesta, que hacer el paripé de que todos los llevamos bien y somos muy felices. La educación y la sinceridad no deberían ser incompatibles. El buenismo a veces resulta más dañino que la crispación. Y, por cierto, oposición viene del verbo oponerse. (Por si me lee alguien del PP).