Más de uno se ha alegrado, en el fondo, de que uno grupo de niños bien se metieran en problemas. Pero la cuestión está en que a estos nadie les apoya, catalogándolos de jóvenes antisistema, sino que han quedado ante todos como una panda de malcriados. Es una consecuencia más de los años que llevan las autoridades haciendo la vista gorda con el botellón. El alcohol, unido al aburrimiento y exceso de energía de aquellos que llevan una vida despreocupada, sin embargo, no es un fenómeno exclusivo de los barrios acomodados; sino que, por desgracia, es algo generalizado que unifica a pobres y ricos, estudiantes o no, en muchos países del primer mundo. Ahora es cuando a los políticos se les llena la boca con la falta de valores de nuestra sociedad, que ellos mismos llevan ya varias décadas alentando y alimentando. Ahora es cuando se ve cómo la pérdida de autoridad dentro de las familias acaba perjudicando a unos pobres policías.
Yo ya escribía sobre ello hace más de tres años y entonces me decían que era una catastrofista. También hablaba de la cosificación de la sexualidad, de la exaltación de la violencia gratuita que se hace en las series de televisión; y me decían que era muy negativa. Hablaba sobre la manipulación política y me llamaban de todo. No es por echarme flores, pero he visto confirmarse cada uno de mis vaticinios. Ya quisiera yo haberme equivocado. Pero ahora no sirve de nada lamentarse, mientras seguimos prisioneros de la dictadura de lo políticamente correcto. Si no cambiamos de rumbo, la nave seguirá chocando contra los acantilados una y otra vez. Se trata simplemente de recuperar las bases del humanismo cristiano que tanto habían contribuído al progreso material y social de España, antes de que algunos decidieran que lo viejo ya no valía. Hay que enseñarles a los niños que las reglas están para cumplirlas.